La Edad de los Metales
Hacha de mano
El tercer milenio a. C. supuso la entrada de la Península en la economía de los metales. Los avances técnicos, la expansión de la agricultura y las modificaciones en la estructura social de los grupos humanos primitivos se encuentran íntimamente relacionados con la aparición de núcleos preurbanos o pequeños poblados en el territorio peninsular. La fabricación de numerosos instrumentos y armas de cobre y de algunas piezas decorativas de plata y oro coincidió con un renacimiento en el trabajo de la piedra, especialmente del sílex.
A mediados del tercer milenio a. C. se desarrolló en la Península la cultura megalítica, como resultado de influencias provenientes del Mediterráneo oriental. Esta cultura se basa en una arquitectura sepulcral realizada con piedras de gran tamaño. Su desarrollo coincidió con el empleo del cobre y los comienzos del empleo del bronce, y su principal monumento es el dolmen, cuyas muestras más destacadas se encuentran en Andalucía (Antequera).
La cultura de Los Millares supone la más brillante expresión de esta nueva etapa en la que aparecen ya poblados fortificados, cuyos restos arqueológicos evidencian el arraigo de la agricultura y de la ganadería y contienen un complejo utillaje. Avanzada ya esta cultura, se desarrolló un tipo de cerámica muy original: la del vaso campaniforme.
La cultura del Argar, que se localiza también en el sudeste peninsular, se originó en torno al año 1700 a. C. Los adelantos agrícolas se hicieron más patentes, revelando incluso la existencia del regadío, y el mayor desarrollo de los poblados ha hecho pensar en la existencia de auténticas ciudades. La organización política debió de desarrollarse en torno a la autoridad de jefes y príncipes, como muestran las espadas y las diademas de oro que han aparecido en ajuares funerarios.
Durante esta época se desarrolló en Baleares una importante cultura ciclópea, la cultura talaiótica, en torno a grandes poblados amurallados. Se caracterizó por la construcción de monumentos conmemorativos y funerarios, con enormes bloques de piedras que según su forma tienen diferentes nombres: taula, naveta y talaiot.
Hacha de mano
El tercer milenio a. C. supuso la entrada de la Península en la economía de los metales. Los avances técnicos, la expansión de la agricultura y las modificaciones en la estructura social de los grupos humanos primitivos se encuentran íntimamente relacionados con la aparición de núcleos preurbanos o pequeños poblados en el territorio peninsular. La fabricación de numerosos instrumentos y armas de cobre y de algunas piezas decorativas de plata y oro coincidió con un renacimiento en el trabajo de la piedra, especialmente del sílex.
A mediados del tercer milenio a. C. se desarrolló en la Península la cultura megalítica, como resultado de influencias provenientes del Mediterráneo oriental. Esta cultura se basa en una arquitectura sepulcral realizada con piedras de gran tamaño. Su desarrollo coincidió con el empleo del cobre y los comienzos del empleo del bronce, y su principal monumento es el dolmen, cuyas muestras más destacadas se encuentran en Andalucía (Antequera).
La cultura de Los Millares supone la más brillante expresión de esta nueva etapa en la que aparecen ya poblados fortificados, cuyos restos arqueológicos evidencian el arraigo de la agricultura y de la ganadería y contienen un complejo utillaje. Avanzada ya esta cultura, se desarrolló un tipo de cerámica muy original: la del vaso campaniforme.
La cultura del Argar, que se localiza también en el sudeste peninsular, se originó en torno al año 1700 a. C. Los adelantos agrícolas se hicieron más patentes, revelando incluso la existencia del regadío, y el mayor desarrollo de los poblados ha hecho pensar en la existencia de auténticas ciudades. La organización política debió de desarrollarse en torno a la autoridad de jefes y príncipes, como muestran las espadas y las diademas de oro que han aparecido en ajuares funerarios.
Durante esta época se desarrolló en Baleares una importante cultura ciclópea, la cultura talaiótica, en torno a grandes poblados amurallados. Se caracterizó por la construcción de monumentos conmemorativos y funerarios, con enormes bloques de piedras que según su forma tienen diferentes nombres: taula, naveta y talaiot.