Durante la conquista romana, el Estado, los funcionarios y los comerciantes sacaron de la Península grandes riquezas.
El destino de las producciones era doble. De un lado, el abastecimiento de la población peninsular. De otro, mucho más importante o con más testimonios, el aprovisionamiento de la ciudad de Roma, que aprovechó al máximo los recursos naturales de la Península, cambiando profundamente su estructura económica. Si bien el Estado se reservó el derecho de propiedad de la tierra (ager publicus), gran parte de la misma fue arrendada a la clase dirigente de las ciudades o bien repartida entre sus fundadores.
De la península Ibérica se exportaban productos agrícolas y materias primas, en especial, los metales. A cambio, los hispanos pudientes importaban de Roma numerosos objetos manufacturados y productos de lujo. Especialmente rentables, por su fácil transporte y atractivo precio en el mercado, fueron los metales y los esclavos.
Los metales y los esclavos
El oro y la plata se recogían en grandes cantidades. El oro se extraía de los montes de Sierra Morena y, sobre todo, de los del noroeste de Hispania. En tierras del Bierzo, los restos de la explotación aurífera crearon el original paisaje de Las Médulas. La plata se buscaba en la región de Cartagena. Unida a ella aparecía con frecuencia el plomo, como sucedía en las minas de Cantabria. El cobre se explotaba en Riotinto, el estaño en tierras de Gallaecia y norte de Lusitania y el cinabrio en Almadén. De este último, lo que interesaba a los romanos no era el mercurio sino los colorantes.
La utilización masiva de mano de obra esclava aseguró la extracción de grandes cantidades de mineral.
Los esclavos eran los habitantes de las ciudades sometidas que, tras haber sido ocupadas por los romanos, se habían sublevado contra ellos. Los altos funcionarios los vendían a los mercaderes y estos los enviaban a los mercados de esclavos. Muchos se quedaron en las regiones de la Península donde el trabajo servil estaba más desarrollado, en especial en la Baetica. Otros, en cambio, fueron vendidos en Italia o la Galia (Francia). La perspectiva de la esclavitud explica que, durante la conquista, en algunas aldeas y ciudades, sus habitantes prefirieran el suicidio a la rendición. Tal fue el caso de Astapa (Estepa).
Productos agrícolas
Los cereales, con el trigo a la cabeza, no podían competir, en cantidad ni calidad, con los de Egipto o el norte de África, pero aventajaban a los de otras provincias del imperio.
El cultivo de la vid tenía sus áreas más extensas en la Baetica y en Tarraco, aunque debió alcanzar a la mayor parte de la Península. Los emperadores romanos decretaron en varias ocasiones la limitación de la extensión del viñedo. Incluso ordenaron que se arrancara parte de las viñas de las provincias. El aceite de oliva, especialmente el de la Baetica, fue, sin duda, el producto agrícola estrella de Hispania, ya que los habitantes de Roma lo consideraban solo inferior al de Italia. La demanda de aceite explica la expansión del olivo. Los fenicios y griegos habían extendido sus plantaciones por las regiones orientales y meridionales. Con los romanos, fueron ocupando el valle del Ebro y muchas comarcas situadas al sur del Sistema Central. El hallazgo en varias ciudades de las ánforas en que se transportaba el aceite hispano ha permitido medir la importancia de su exportación.
La agricultura de la Hispania romana se basaba en la explotación de la tríada mediterránea de secano (trigo, vid, olivo). La producción agrícola se generaba, en buena medida, en los grandes latifundios trabajados por esclavos. En ellos, al compás del enriquecimiento de los hispanorromanos, empezaron a surgir espléndidas residencias campestres, las villas.
Junto a la agricultura de secano, se dio también la de regadíos. Algunos de ellos databan ya de la Edad de Bronce. Otros los ampliaron los romanos, como sucedió en la comarca de Sagunto y en las actuales provincias de Murcia y Almería.
Probablemente, esos regadíos se utilizaron más para el cultivo del lino que para el de las hortalizas, ya que la producción hispana de tejidos de lino era famosa.
Manufacturas
La artesanía, desarrollada en talleres urbanos, se basó en la producción de lino (Játiva), lana (Baetica), esparto (Cartago Nova) y armas (Calatayud y Toledo). Además de la producción del aceite, se elaboraban salsas (garum) y salazones para la exportación.
El destino de las producciones era doble. De un lado, el abastecimiento de la población peninsular. De otro, mucho más importante o con más testimonios, el aprovisionamiento de la ciudad de Roma, que aprovechó al máximo los recursos naturales de la Península, cambiando profundamente su estructura económica. Si bien el Estado se reservó el derecho de propiedad de la tierra (ager publicus), gran parte de la misma fue arrendada a la clase dirigente de las ciudades o bien repartida entre sus fundadores.
De la península Ibérica se exportaban productos agrícolas y materias primas, en especial, los metales. A cambio, los hispanos pudientes importaban de Roma numerosos objetos manufacturados y productos de lujo. Especialmente rentables, por su fácil transporte y atractivo precio en el mercado, fueron los metales y los esclavos.
Los metales y los esclavos
El oro y la plata se recogían en grandes cantidades. El oro se extraía de los montes de Sierra Morena y, sobre todo, de los del noroeste de Hispania. En tierras del Bierzo, los restos de la explotación aurífera crearon el original paisaje de Las Médulas. La plata se buscaba en la región de Cartagena. Unida a ella aparecía con frecuencia el plomo, como sucedía en las minas de Cantabria. El cobre se explotaba en Riotinto, el estaño en tierras de Gallaecia y norte de Lusitania y el cinabrio en Almadén. De este último, lo que interesaba a los romanos no era el mercurio sino los colorantes.
La utilización masiva de mano de obra esclava aseguró la extracción de grandes cantidades de mineral.
Los esclavos eran los habitantes de las ciudades sometidas que, tras haber sido ocupadas por los romanos, se habían sublevado contra ellos. Los altos funcionarios los vendían a los mercaderes y estos los enviaban a los mercados de esclavos. Muchos se quedaron en las regiones de la Península donde el trabajo servil estaba más desarrollado, en especial en la Baetica. Otros, en cambio, fueron vendidos en Italia o la Galia (Francia). La perspectiva de la esclavitud explica que, durante la conquista, en algunas aldeas y ciudades, sus habitantes prefirieran el suicidio a la rendición. Tal fue el caso de Astapa (Estepa).
Productos agrícolas
Los cereales, con el trigo a la cabeza, no podían competir, en cantidad ni calidad, con los de Egipto o el norte de África, pero aventajaban a los de otras provincias del imperio.
El cultivo de la vid tenía sus áreas más extensas en la Baetica y en Tarraco, aunque debió alcanzar a la mayor parte de la Península. Los emperadores romanos decretaron en varias ocasiones la limitación de la extensión del viñedo. Incluso ordenaron que se arrancara parte de las viñas de las provincias. El aceite de oliva, especialmente el de la Baetica, fue, sin duda, el producto agrícola estrella de Hispania, ya que los habitantes de Roma lo consideraban solo inferior al de Italia. La demanda de aceite explica la expansión del olivo. Los fenicios y griegos habían extendido sus plantaciones por las regiones orientales y meridionales. Con los romanos, fueron ocupando el valle del Ebro y muchas comarcas situadas al sur del Sistema Central. El hallazgo en varias ciudades de las ánforas en que se transportaba el aceite hispano ha permitido medir la importancia de su exportación.
La agricultura de la Hispania romana se basaba en la explotación de la tríada mediterránea de secano (trigo, vid, olivo). La producción agrícola se generaba, en buena medida, en los grandes latifundios trabajados por esclavos. En ellos, al compás del enriquecimiento de los hispanorromanos, empezaron a surgir espléndidas residencias campestres, las villas.
Junto a la agricultura de secano, se dio también la de regadíos. Algunos de ellos databan ya de la Edad de Bronce. Otros los ampliaron los romanos, como sucedió en la comarca de Sagunto y en las actuales provincias de Murcia y Almería.
Probablemente, esos regadíos se utilizaron más para el cultivo del lino que para el de las hortalizas, ya que la producción hispana de tejidos de lino era famosa.
Manufacturas
La artesanía, desarrollada en talleres urbanos, se basó en la producción de lino (Játiva), lana (Baetica), esparto (Cartago Nova) y armas (Calatayud y Toledo). Además de la producción del aceite, se elaboraban salsas (garum) y salazones para la exportación.