Conflictos sociales
Las tensiones entre los diferentes grupos sociales fueron constantes
Entre los años 788 y 822, los cambios vividos por la población andalusí generaron importantes tensiones. Los muladíes veían truncada su esperanza de conseguir la prometida igualdad con los musulmanes viejos. No solo no quedaron exentos de ciertos impuestos, sino que se les gravó con otros nuevos.
Las manifestaciones más explosivas de la crisis tuvieron lugar en Toledo y Córdoba. La de Toledo, de carácter más político, se saldó en 797 en la llamada «jornada del foso». El ejército del emir asesinó a la mayor parte de los notables de la ciudad desafectos al régimen. La de Córdoba, de carácter más social, explotó el año 818 en «el motín del arrabal», cuando la población de los barrios se sublevó contra la policía emiral. Acabó con numerosas ejecuciones y el destierro de miles de personas, la mayoría de ellas mozárabes, esto es, todavía cristianos, empleados en la artesanía y el pequeño comercio.
A la muerte de Abderramán II en el 852, con la crisis económica, la situación política y social se agravó. En ella se mezclaron tres grupos de descontentos:
Los árabes residentes en la Península no aceptaban que el emir, que hasta ahora era una especie de jeque de jeques, se hubiese convertido en un déspota oriental.
Los mozárabes, numerosos en Córdoba, Toledo y otras ciudades, donde conservaban sus obispos, se vieron influidos por las culturas y modas del islam oriental. Muchos jóvenes cristianos las adoptaron con entusiasmo. Un sentimiento de rabia e impotencia empujó a algunos de los jefes mozárabes a insultar a Mahoma y el islam, buscando el castigo y aun el martirio, porque pensaban que así removerían la conciencia de sus fieles. Este movimiento de mártires voluntarios duró diez años y acabó con la ejecución de unos cuantos mozárabes. Otros muchos huyeron a las tierras cristianas del norte.
Los muladíes seguían disconformes con la excesiva hegemonía social de los árabes y bereberes establecidos en la Península. El descontento fue intenso en las comarcas fronterizas con los reinos cristianos, donde los jefes muladíes, aprovechando la fuerza militar de que disponían, se mantuvieron prácticamente independientes durante años.
El movimiento más peligroso para el gobierno surgió en las sierras andaluzas. Lo encabezó Omar ibn Hafsun, quien mantuvo en jaque a los ejércitos emirales durante cuarenta años.
Las tensiones entre los diferentes grupos sociales fueron constantes
Entre los años 788 y 822, los cambios vividos por la población andalusí generaron importantes tensiones. Los muladíes veían truncada su esperanza de conseguir la prometida igualdad con los musulmanes viejos. No solo no quedaron exentos de ciertos impuestos, sino que se les gravó con otros nuevos.
Las manifestaciones más explosivas de la crisis tuvieron lugar en Toledo y Córdoba. La de Toledo, de carácter más político, se saldó en 797 en la llamada «jornada del foso». El ejército del emir asesinó a la mayor parte de los notables de la ciudad desafectos al régimen. La de Córdoba, de carácter más social, explotó el año 818 en «el motín del arrabal», cuando la población de los barrios se sublevó contra la policía emiral. Acabó con numerosas ejecuciones y el destierro de miles de personas, la mayoría de ellas mozárabes, esto es, todavía cristianos, empleados en la artesanía y el pequeño comercio.
A la muerte de Abderramán II en el 852, con la crisis económica, la situación política y social se agravó. En ella se mezclaron tres grupos de descontentos:
Los árabes residentes en la Península no aceptaban que el emir, que hasta ahora era una especie de jeque de jeques, se hubiese convertido en un déspota oriental.
Los mozárabes, numerosos en Córdoba, Toledo y otras ciudades, donde conservaban sus obispos, se vieron influidos por las culturas y modas del islam oriental. Muchos jóvenes cristianos las adoptaron con entusiasmo. Un sentimiento de rabia e impotencia empujó a algunos de los jefes mozárabes a insultar a Mahoma y el islam, buscando el castigo y aun el martirio, porque pensaban que así removerían la conciencia de sus fieles. Este movimiento de mártires voluntarios duró diez años y acabó con la ejecución de unos cuantos mozárabes. Otros muchos huyeron a las tierras cristianas del norte.
Los muladíes seguían disconformes con la excesiva hegemonía social de los árabes y bereberes establecidos en la Península. El descontento fue intenso en las comarcas fronterizas con los reinos cristianos, donde los jefes muladíes, aprovechando la fuerza militar de que disponían, se mantuvieron prácticamente independientes durante años.
El movimiento más peligroso para el gobierno surgió en las sierras andaluzas. Lo encabezó Omar ibn Hafsun, quien mantuvo en jaque a los ejércitos emirales durante cuarenta años.