El desarrollo de las ciudades no fue siempre fácil, ya que generalmente pertenecían a un señorío jurisdiccional. Los habitantes, al depender de sus señores, provocaron numerosos enfrentamientos y revueltas. Sin embargo, en muchas ocasiones, los reyes concedieron privilegios a los habitantes de las ciudades mediante un fuero. El fuero consistía en un conjunto de concesiones puestas por escrito que los reyes concedían a los pobladores de algunos núcleos, unos dos mil en toda España, para asegurar los territorios repoblados y afianzar su autoridad central. Suponía para los vecinos libertad respecto a los señores y privilegio respecto al resto de los campesinos del señorío que habitaban fuera del municipio.
Entre las libertades aseguradas figuraban: aprovechar montes y bosques del término; comprar y vender en la tienda diaria, el mercado semanal o la feria anual; no ser presos sino por delitos personales; y el derecho a elegir sus autoridades y a disponer de una autonomía en el ejercicio de sus competencias. El uso de estas libertades favoreció sin duda el desarrollo del comercio, ya que los mercaderes pudieron organizarse para defender sus intereses.
El comercio
Algunos mercados urbanos experimentaron un mayor desarrollo y creció la afluencia de mercaderes. Así nacieron las ferias, celebradas en días y lugares fijos, protegidas por monarcas o señores que garantizaban el orden y la seguridad de los mercaderes.
El comercio exterior fue muy importante. Barcelona tuvo una participación muy activa en los mercados exteriores, primero enlazando el tráfico andaluz con el transpirenaico y, después, entrando en las grandes rutas del Mediterráneo. El comercio con el norte de África buscaba el oro, el marfil y los esclavos a cambio de aceite, hierro y paños europeos; de Sicilia se importaba el trigo y del Mediterráneo oriental, las especias.
La industria
La industria no prosperó en el conjunto de una economía orientada a los beneficios fáciles. La posibilidad de crear en Castilla una industria textil basada en la lana se frustró ante los intereses señoriales y de la monarquía. Fue importante, en cambio, la industria naval en las costas andaluzas y cantábricas, que permitió a los castellanos intervenir en las rutas atlánticas.
Entre las libertades aseguradas figuraban: aprovechar montes y bosques del término; comprar y vender en la tienda diaria, el mercado semanal o la feria anual; no ser presos sino por delitos personales; y el derecho a elegir sus autoridades y a disponer de una autonomía en el ejercicio de sus competencias. El uso de estas libertades favoreció sin duda el desarrollo del comercio, ya que los mercaderes pudieron organizarse para defender sus intereses.
El comercio
Algunos mercados urbanos experimentaron un mayor desarrollo y creció la afluencia de mercaderes. Así nacieron las ferias, celebradas en días y lugares fijos, protegidas por monarcas o señores que garantizaban el orden y la seguridad de los mercaderes.
El comercio exterior fue muy importante. Barcelona tuvo una participación muy activa en los mercados exteriores, primero enlazando el tráfico andaluz con el transpirenaico y, después, entrando en las grandes rutas del Mediterráneo. El comercio con el norte de África buscaba el oro, el marfil y los esclavos a cambio de aceite, hierro y paños europeos; de Sicilia se importaba el trigo y del Mediterráneo oriental, las especias.
La industria
La industria no prosperó en el conjunto de una economía orientada a los beneficios fáciles. La posibilidad de crear en Castilla una industria textil basada en la lana se frustró ante los intereses señoriales y de la monarquía. Fue importante, en cambio, la industria naval en las costas andaluzas y cantábricas, que permitió a los castellanos intervenir en las rutas atlánticas.