La presión señorial
Miniatura de un caballero
Ante los primeros síntomas de la crisis económica, la nobleza intensificó su dominio señorial. El temor a la reducción de sus rentas la empujó a ejercer un dominio mayor sobre las personas que ocupaban sus tierras.
Para asegurar su continuidad, los nobles adoptaron la institución del mayorazgo, que reservaba la transmisión, casi íntegra, de la fortuna en beneficio de un solo hijo, generalmente el primogénito. Y para distinguirse de los demás grupos sociales, inventaron ritos y ceremonias, como la de ser armados caballeros.
Los nobles más ricos mantenían como clientes a miembros de una segunda nobleza, con frecuencia residentes en las ciudades, y a numerosos hidalgos rurales, especialmente abundantes en las tierras del norte cantábrico. Todos ellos formaron parte de bandos, que se enfrentaron entre sí.
Las luchas de bandos (en Salamanca, Córdoba, Cantabria, País Vasco) fueron signo revelador de las tensiones creadas por la pérdida de rentas. En las ciudades, los linajes de la nobleza disputaron el poder municipal a los miembros de las cofradías de oficios y comerciantes, y en el campo, los nobles hicieron sentir su peso sobre los campesinos. Las formas más frecuentes fueron las multas y castigos impuestos a los campesinos que abandonaran las tierras y el ejercicio del derecho de maltratarlos. La fuga de campesinos a las villas o al realengo, y el bandidaje fueron dos salidas a esta situación asfixiante.
Miniatura de un caballero
Ante los primeros síntomas de la crisis económica, la nobleza intensificó su dominio señorial. El temor a la reducción de sus rentas la empujó a ejercer un dominio mayor sobre las personas que ocupaban sus tierras.
Para asegurar su continuidad, los nobles adoptaron la institución del mayorazgo, que reservaba la transmisión, casi íntegra, de la fortuna en beneficio de un solo hijo, generalmente el primogénito. Y para distinguirse de los demás grupos sociales, inventaron ritos y ceremonias, como la de ser armados caballeros.
Los nobles más ricos mantenían como clientes a miembros de una segunda nobleza, con frecuencia residentes en las ciudades, y a numerosos hidalgos rurales, especialmente abundantes en las tierras del norte cantábrico. Todos ellos formaron parte de bandos, que se enfrentaron entre sí.
Las luchas de bandos (en Salamanca, Córdoba, Cantabria, País Vasco) fueron signo revelador de las tensiones creadas por la pérdida de rentas. En las ciudades, los linajes de la nobleza disputaron el poder municipal a los miembros de las cofradías de oficios y comerciantes, y en el campo, los nobles hicieron sentir su peso sobre los campesinos. Las formas más frecuentes fueron las multas y castigos impuestos a los campesinos que abandonaran las tierras y el ejercicio del derecho de maltratarlos. La fuga de campesinos a las villas o al realengo, y el bandidaje fueron dos salidas a esta situación asfixiante.