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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Cambio de mentalidad...

Cambio de mentalidad

Cubierta del Amadís de Gaula
En los siglos XIV y XV, el hombre medieval, acostumbrado a vivir en comunidad, defensor de la tradición y lleno de supersticiones populares, fue poco a poco dando paso al hombre moderno, más individualista, innovador, calculador y racionalista.

La crisis demográfica, las luchas por las rentas señoriales, el fortalecimiento de las ciudades o el enriquecimiento de la nobleza tras la crisis habían sido cambios trascendentales que marcaron la evolución de las mentalidades y sus expresiones artísticas y literarias. En este sentido, los comportamientos hispanos fueron semejantes a los del resto de Europa.

La crisis demográfica, acompañada de la peste, hizo habitual la aparición del espectro de la muerte. Ante ella, las respuestas fueron muy variadas. Algunos optaron por verla como el destino que iguala a los hombres, a ricos y a pobres, idea que la literatura popularizó en el género de Danza de la muerte o las coplas de Jorque Manrique por la muerte de su padre.

Otros buscaron el desprecio del mundo y la mortificación del cuerpo. Con ese espíritu, hacia 1380, se produjo la reforma de los monjes benedictinos y la creación de la orden de los jerónimos. Como contraposición a esta idea, muchos respondieron con el lema carpe diem («goza el día»), que se aprecia en el Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita, y en el ambiente de relajación moral, y en cierto modo festivo, que explica la multiplicación de los hijos bastardos y la holgazanería de algunos clérigos.

La lucha señorial por las rentas puso de moda el pecado de la avaricia. Algunos de los que lo vivieron de cerca lo criticaron, como hicieron el infante don Juan Manuel en El Conde Lucanor o el canciller López de Ayala en su Rimado de palacio. Muchas coplas populares y los relieves de las sillerías del coro de algunas catedrales arremetieron contra la doble moral de los que predicaban una cosa y hacían otra.

El enriquecimiento de la nobleza, en especial castellana, con la recuperación del siglo XV estuvo en la base del despliegue de ostentación que caracterizó la vida de la aristocracia. Desde el nacimiento, con sus fiestas, hasta la muerte, con las procesiones de plañideras y mausoleos impresionantes, como el de don Álvaro de Luna en la catedral de Toledo, la vida de la alta nobleza transcurría en un ambiente de artificiosidad desmedida. La vivienda, el vestido y la comida se utilizaron como instrumentos de distinción respecto al pueblo. La imagen de los caballeros andantes, defensores del honor y los desvalidos, popularizada por novelas como el Amadís de Gaula o Tirant lo Blanc, de Martorell, proporcionaron un toque romántico a estos nuevos nobles ricos y despilfarradores, que se regían, en cambio, por un código de honor y apreciaban la cultura.