Demografía y prosperidad económica
Densidad de la población a finales del siglo XVI
El crecimiento demográfico del siglo XVI, que aumentó la población en un 50 %, y la ampliación del espacio de ciertos cultivos, como el cereal y el viñedo, permite hablar de un período de expansión económica en general.
El aumento de la producción agrícola trajo como consecuencia la ampliación y la multiplicación de los núcleos urbanos. Sevilla, con 100.000 habitantes, fue la ciudad más poblada y la población madrileña, al convertirse la ciudad en capital, aumentó considerablemente.
Los grupos privilegiados y la monarquía optaron por la exportación de materias primas y la importación de productos manufacturados, donde las colonias americanas jugaron un papel fundamental. Por otro lado, esta época estuvo marcada por las exigencias de la política imperial. La economía estuvo en todo momento al servicio de la política, lo que provocó algunos períodos de crisis en un clima de prosperidad general.
Consecuencias de la influencia colonial
La demanda americana de mercancías desató inicialmente una oleada de prosperidad agrícola en Andalucía. También se beneficiaron las industrias textiles, las de armas, las de cueros, las sederías y la construcción naval. Fue el período de esplendor de las ferias castellanas (Medina del Campo, Medina de Rioseco), donde la plata acuñada en Sevilla servía para comprar las mercancías de toda España y de Europa que habían de embarcarse para las Indias.
Pero la abundancia de oro y plata hizo bajar su valor en relación con las mercancías, desencadenando la llamada revolución de los precios. En Andalucía y Castilla esta revolución cuadruplicó los precios a lo largo del siglo, y la subsiguiente subida de los salarios restó competitividad a las manufacturas castellanas frente a las europeas. Por su parte, las explotaciones agrícolas se resintieron debido al creciente autoabastecimiento criollo.
Exigencias económicas de la política imperial: la fiscalidad regia
Los imperios de Carlos I y Felipe II exigieron una política económica destinada a obtener recursos para sufragar las maniobras políticas. Ello implicó dos grandes operaciones igualmente difíciles: conseguir el dinero y ponerlo en el punto concreto de Europa en que era necesario en cada momento para sobornar voluntades o pagar a las tropas.
El dinero de que disponía la monarquía procedía, además del oro y plata de América, de los bienes del Patrimonio Real y de los ingresos procedentes de la presión fiscal sobre los súbditos. Los reyes se preocuparon especialmente de esta última. Los impuestos podían ser de dos tipos: directos e indirectos. Entre los primeros, estaban los servicios, que eran de cuantía y duración limitada y los votaban las Cortes. Entre los impuestos indirectos, el más saneado fue la alcabala. Heredada de la Edad Media, gravaba las ventas en un 10 % aproximadamente. Para conocer con anticipación su cuantía, los reyes efectuaron el encabezamiento de alcabalas, según el cual cada municipio se comprometía a abonar un tanto alzado que recaudaba por los medios que estimara más oportunos.
A fines del reinado, acuciado por las deudas, el rey Felipe II impuso un nuevo impuesto indirecto, que gravaba productos de primera necesidad. Fue el servicio de los millones, que quedó también encabezado por localidades.
El procedimiento de recaudación hizo proliferar la figura de los arrendadores de impuestos.
Asentistas y banqueros
Por otro lado, la necesidad de poner a disposición de los reyes cantidades de dinero en lugares y fecha determinados propició la aparición de los asentistas, que contrataban con el monarca el asiento de una cantidad de dinero en un lugar fijado. A cambio, el rey les ofrecía el cobro de determinadas recaudaciones de impuestos en una ciudad concreta.
Por esa vía, los banqueros, especialmente los alemanes durante el reinado de Carlos I y los genoveses en el de su hijo, fueron haciéndose con cantidades crecientes del importe de los impuestos de la monarquía. Los desajustes de fecha entre el desembolso del dinero anticipado por los arrendadores de rentas y la recaudación de los impuestos, con el consiguiente aumento de intereses, fueron frecuentes. Ello, junto con la disminución del oro americano, ocasionó sucesivas bancarrotas de la Hacienda pública durante el reinado de Felipe II. Para hacerles frente, este recurrió a la venta de tierras de realengo, tierras baldías de los concejos y de cargos de gobierno en los municipios.
Densidad de la población a finales del siglo XVI
El crecimiento demográfico del siglo XVI, que aumentó la población en un 50 %, y la ampliación del espacio de ciertos cultivos, como el cereal y el viñedo, permite hablar de un período de expansión económica en general.
El aumento de la producción agrícola trajo como consecuencia la ampliación y la multiplicación de los núcleos urbanos. Sevilla, con 100.000 habitantes, fue la ciudad más poblada y la población madrileña, al convertirse la ciudad en capital, aumentó considerablemente.
Los grupos privilegiados y la monarquía optaron por la exportación de materias primas y la importación de productos manufacturados, donde las colonias americanas jugaron un papel fundamental. Por otro lado, esta época estuvo marcada por las exigencias de la política imperial. La economía estuvo en todo momento al servicio de la política, lo que provocó algunos períodos de crisis en un clima de prosperidad general.
Consecuencias de la influencia colonial
La demanda americana de mercancías desató inicialmente una oleada de prosperidad agrícola en Andalucía. También se beneficiaron las industrias textiles, las de armas, las de cueros, las sederías y la construcción naval. Fue el período de esplendor de las ferias castellanas (Medina del Campo, Medina de Rioseco), donde la plata acuñada en Sevilla servía para comprar las mercancías de toda España y de Europa que habían de embarcarse para las Indias.
Pero la abundancia de oro y plata hizo bajar su valor en relación con las mercancías, desencadenando la llamada revolución de los precios. En Andalucía y Castilla esta revolución cuadruplicó los precios a lo largo del siglo, y la subsiguiente subida de los salarios restó competitividad a las manufacturas castellanas frente a las europeas. Por su parte, las explotaciones agrícolas se resintieron debido al creciente autoabastecimiento criollo.
Exigencias económicas de la política imperial: la fiscalidad regia
Los imperios de Carlos I y Felipe II exigieron una política económica destinada a obtener recursos para sufragar las maniobras políticas. Ello implicó dos grandes operaciones igualmente difíciles: conseguir el dinero y ponerlo en el punto concreto de Europa en que era necesario en cada momento para sobornar voluntades o pagar a las tropas.
El dinero de que disponía la monarquía procedía, además del oro y plata de América, de los bienes del Patrimonio Real y de los ingresos procedentes de la presión fiscal sobre los súbditos. Los reyes se preocuparon especialmente de esta última. Los impuestos podían ser de dos tipos: directos e indirectos. Entre los primeros, estaban los servicios, que eran de cuantía y duración limitada y los votaban las Cortes. Entre los impuestos indirectos, el más saneado fue la alcabala. Heredada de la Edad Media, gravaba las ventas en un 10 % aproximadamente. Para conocer con anticipación su cuantía, los reyes efectuaron el encabezamiento de alcabalas, según el cual cada municipio se comprometía a abonar un tanto alzado que recaudaba por los medios que estimara más oportunos.
A fines del reinado, acuciado por las deudas, el rey Felipe II impuso un nuevo impuesto indirecto, que gravaba productos de primera necesidad. Fue el servicio de los millones, que quedó también encabezado por localidades.
El procedimiento de recaudación hizo proliferar la figura de los arrendadores de impuestos.
Asentistas y banqueros
Por otro lado, la necesidad de poner a disposición de los reyes cantidades de dinero en lugares y fecha determinados propició la aparición de los asentistas, que contrataban con el monarca el asiento de una cantidad de dinero en un lugar fijado. A cambio, el rey les ofrecía el cobro de determinadas recaudaciones de impuestos en una ciudad concreta.
Por esa vía, los banqueros, especialmente los alemanes durante el reinado de Carlos I y los genoveses en el de su hijo, fueron haciéndose con cantidades crecientes del importe de los impuestos de la monarquía. Los desajustes de fecha entre el desembolso del dinero anticipado por los arrendadores de rentas y la recaudación de los impuestos, con el consiguiente aumento de intereses, fueron frecuentes. Ello, junto con la disminución del oro americano, ocasionó sucesivas bancarrotas de la Hacienda pública durante el reinado de Felipe II. Para hacerles frente, este recurrió a la venta de tierras de realengo, tierras baldías de los concejos y de cargos de gobierno en los municipios.