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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Un siglo de hegemonía en Europa, mantenida frente a...

Un siglo de hegemonía en Europa, mantenida frente a rivales que crecían en número y en potencia, situó a la monarquía española en el límite de sus posibilidades. A comienzos del siglo XVII, los reyes españoles de la Casa de Austria aún pudieron mantener una apariencia de grandeza y poderío, pero los grandes conflictos de la mitad del siglo pusieron de manifiesto la fragilidad de una monarquía que estuvo al borde de la desintegración de su complicada estructura territorial.

El reinado de Felipe III: una época de paz

La política exterior de Felipe III (1598-1621) ha sido calificada como pacifista por comparación con la actividad bélica de su padre, Felipe II, y de su hijo, Felipe IV. Contribuyeron en ello tanto el carácter y temperamento del monarca, que cedió la dirección de la política española a su valido, el duque de Lerma, como una serie de coincidencias que marcaron nuevas relaciones con las grandes potencias tradicionalmente enemigas de España: Francia, Inglaterra y Holanda.

En 1610 moría Enrique IV de Francia, lo que supuso para España unos años de paz, ya que su viuda, María de Médicis, se mostró partidaria de la amistad española. Por otro lado, la paz de Londres, en 1604, puso término a una guerra concebida para evitar el apoyo inglés a los rebeldes holandeses. El fracaso de una expedición española a las costas irlandesas en 1603 y la llegada al trono inglés ese mismo año del rey Jacobo I, tras la muerte de la reina Isabel, facilitó el fin de las hostilidades. Las negociaciones supusieron la concesión de facilidades al comercio inglés, a cambio de que se cortara el suministro de armas a los holandeses y se suspendieran las actividades de los piratas en el Atlántico.

Holanda, por su parte, seguía luchando por la independencia del dominio español. La abdicación de Felipe II en su hija Isabel Clara Eugenia y su marido el archiduque Alberto de Austria, como regentes de aquellos territorios, no puso fin al problema, ya que se mantuvieron los enfrentamientos y continuó solicitándose el apoyo español.

En la lucha se mezclaban razones de carácter político, religioso y económico. Holanda contaba con valiosas amistades internacionales, saneadas finanzas y una poderosa armada, pero los holandeses se hallaban divididos entre partidarios de la guerra y partidarios de la paz, respectivamente.

El cansancio y las dificultades financieras de ambos contendientes para sostener la guerra llevaron a la firma, en 1609, de la llamada Tregua de los Doce Años (1609), que supuso finalmente un reconocimiento de hecho de la independencia de este país.

Felipe IV y la guerra de los Treinta Años

La política exterior del reinado de Felipe IV (1621-1665) se enmarca en el escenario de la guerra de los Treinta Años (1618-1648). Estuvo orientada a recuperar el poderío español frente a otras potencias, especialmente, Francia, Holanda, Inglaterra y Suecia.

La guerra comenzó entre la rama austriaca de los Habsburgo y los Estados protestantes alemanes. Al apoyar Francia a los protestantes, la guerra se convirtió en una confrontación por la hegemonía europea entre Francia y los Habsburgo. El conde duque de Olivares, valido de Felipe IV, implicó a la monarquía española en el conflicto. Dos razones le llevaron a ello: la defensa de la religión católica y la necesidad de articular de manera más firme los distintos territorios de un imperio europeo demasiado disperso.

Al principio, España y sus aliados cosecharon una serie de éxitos. Sin embargo, Olivares tuvo que hacer un enorme esfuerzo en plena depresión económica. La derrota naval de las Dunas (1639) y la de los tercios en Rocroi (1643) hicieron la situación insostenible.

La contienda concluyó en 1648 con la firma de la paz de Westfalia, que supuso el final de la hegemonía de los Habsburgo en Europa. Se impuso la tolerancia religiosa en los territorios del imperio y este se fraccionó en una confederación de Estados independientes. La Confederación Helvética y los Países Bajos se separaron definitivamente. Suecia y Francia ampliaron sus territorios. Austria se separó del imperio. A partir de 1648, comenzó a asentarse el principio del equilibrio europeo internacional y del Estado secularizado. En 1659, Felipe IV firmó la Paz de los Pirineos, por la que pasaban definitivamente a Francia el Rosellón y la Cerdaña. Era el fin de la hegemonía española.