Felipe IV fue un monarca especialmente preocupado por la cultura y ejerció una importante labor de mecenazgo. Entregó el poder a su valido, el conde-duque de Olivares, cuyo programa político intentó la recuperación del prestigio exterior de la Monarquía Hispánica y la reforma interior. Fue el político más capaz y activo del siglo XVII. Tras una cruenta lucha por desplazar a sus rivales de los puestos claves de dirección, emprendió un programa de reformas económicas, administrativas y políticas que tuvieron un resultado desigual.
Por un lado, las medidas de corte mercantilista para favorecer el comercio y las manufacturas nacionales no tuvieron la consistencia y continuación necesarias para producir cambios significativos. Por otro lado, el intento de alcanzar la verdadera unión de todos los reinos de la monarquía y el esfuerzo económico requerido de ellos para sustentar la política exterior provocaron, en 1640, la sublevación de Cataluña y la secesión de Portugal.
Olivares trató de poner en marcha, a través de la Junta Grande de Reformación, un ambicioso plan de reformas administrativas y económicas cuyo objetivo fundamental era uniformizar la legislación y la contribución a las cargas de la monarquía por parte de todos los reinos. Entre estas medidas destacan la reducción de oficios y empleos cortesanos, así como de los gastos suntuosos de la Corte; la protección de las actividades artesanales y del comercio y la creación de una serie de erarios públicos y montes de piedad que contribuyeran a reducir la deuda pública y financiar las actividades económicas. Las resistencias a las reformas fueron múltiples en toda la monarquía. Las medidas propuestas iban contra los intereses particulares de propietarios, oligarquías locales y comerciantes, por lo que se produjeron numerosos conflictos internos.
Las sublevaciones: Cataluña, Portugal, Nápoles y Sicilia
Otra de las ideas de Olivares fue la Unión de Armas, es decir, el alistamiento, en caso de guerra, de un ejército de 140.000 hombres reclutados con aportaciones proporcionales a la riqueza y la población de cada reino. El proyecto encontró un fuerte rechazo en la Corona de Aragón (Cortes de Barcelona) y para forzar la participación de sus naturales en la guerra con Francia, Olivares abrió un frente en la frontera catalana, pero los roces entre el ejército real y los paisanos degeneraron en una rebelión, el Corpus de Sangre, en 1640, donde fue asesinado el virrey de Santa Coloma y que afectó a todo el Principado. Finalmente, la Generalitat, dirigida por el canónigo Pau Claris, solicitó la ayuda francesa y proclamó conde de Barcelona a Luis XIII.
En 1640, Portugal se sublevó proclamando rey al duque de Braganza (Juan IV). En 1647 estallaron también sublevaciones en Nápoles y Sicilia que, protagonizadas por un pueblo agobiado por los impuestos y apoyadas por Francia, fueron sofocadas con la colaboración de la aristocracia nativa.
En 1652, Cataluña se sometió a Felipe IV bajo compromiso de respetar sus fueros y Felipe IV pudo ocuparse seriamente del sometimiento de Portugal. Pero ya era demasiado tarde y las derrotas de Ameixial (1663) y Montesclaros (1665) le hicieron desistir. La independencia definitiva de Portugal fue reconocida por la viuda de Felipe IV en 1668.
Por un lado, las medidas de corte mercantilista para favorecer el comercio y las manufacturas nacionales no tuvieron la consistencia y continuación necesarias para producir cambios significativos. Por otro lado, el intento de alcanzar la verdadera unión de todos los reinos de la monarquía y el esfuerzo económico requerido de ellos para sustentar la política exterior provocaron, en 1640, la sublevación de Cataluña y la secesión de Portugal.
Olivares trató de poner en marcha, a través de la Junta Grande de Reformación, un ambicioso plan de reformas administrativas y económicas cuyo objetivo fundamental era uniformizar la legislación y la contribución a las cargas de la monarquía por parte de todos los reinos. Entre estas medidas destacan la reducción de oficios y empleos cortesanos, así como de los gastos suntuosos de la Corte; la protección de las actividades artesanales y del comercio y la creación de una serie de erarios públicos y montes de piedad que contribuyeran a reducir la deuda pública y financiar las actividades económicas. Las resistencias a las reformas fueron múltiples en toda la monarquía. Las medidas propuestas iban contra los intereses particulares de propietarios, oligarquías locales y comerciantes, por lo que se produjeron numerosos conflictos internos.
Las sublevaciones: Cataluña, Portugal, Nápoles y Sicilia
Otra de las ideas de Olivares fue la Unión de Armas, es decir, el alistamiento, en caso de guerra, de un ejército de 140.000 hombres reclutados con aportaciones proporcionales a la riqueza y la población de cada reino. El proyecto encontró un fuerte rechazo en la Corona de Aragón (Cortes de Barcelona) y para forzar la participación de sus naturales en la guerra con Francia, Olivares abrió un frente en la frontera catalana, pero los roces entre el ejército real y los paisanos degeneraron en una rebelión, el Corpus de Sangre, en 1640, donde fue asesinado el virrey de Santa Coloma y que afectó a todo el Principado. Finalmente, la Generalitat, dirigida por el canónigo Pau Claris, solicitó la ayuda francesa y proclamó conde de Barcelona a Luis XIII.
En 1640, Portugal se sublevó proclamando rey al duque de Braganza (Juan IV). En 1647 estallaron también sublevaciones en Nápoles y Sicilia que, protagonizadas por un pueblo agobiado por los impuestos y apoyadas por Francia, fueron sofocadas con la colaboración de la aristocracia nativa.
En 1652, Cataluña se sometió a Felipe IV bajo compromiso de respetar sus fueros y Felipe IV pudo ocuparse seriamente del sometimiento de Portugal. Pero ya era demasiado tarde y las derrotas de Ameixial (1663) y Montesclaros (1665) le hicieron desistir. La independencia definitiva de Portugal fue reconocida por la viuda de Felipe IV en 1668.