La familia
Primera página impresa de El sí de las niñas, de Moratín
El siglo XVIII se caracterizó por el mantenimiento de la sociedad estamental que hundía sus raíces en la Edad Media. Una sociedad donde cada estamento tenía su función y donde la movilidad social estaba profundamente restringida. El nacimiento marcaba la vida del individuo y los lazos de sangre determinaban el futuro social de las personas, por lo que la familia continuó siendo la unidad fundamental sobre la que se construía el entramado social. Sin embargo, la institución familiar y por extensión el matrimonio, también mostraron cierta evolución en esta época.
Es lógico pensar que la familia del siglo XVIII estaba claramente jerarquizada en torno a la figura del padre, depositario del poder, quien tomaba todas las decisiones respecto a sus hijos y su esposa, una suerte de parangón con el monarca propio del Antiguo Régimen sobre sus súbditos. Sin embargo se experimentan algunos cambios; por ejemplo, la familia se reduce y se tiende ya al concepto moderno de familia nuclear, sin sirvientes ni clientelas. También cambia el trato a la mujer, que se hace más familiar y cercano, y los hijos comienzan a adquirir un papel más preponderante, que se manifiesta, por ejemplo, en una mayor preocupación por su salud o en apelativos cada vez más familiares.
Los padres, sin embargo, siguieron decidiendo el futuro matrimonial de sus hijos y, en especial, de sus hijas. La concepción del matrimonio como contrato para asegurar la herencia seguía vigente y la voluntad de los cónyuges carecía de importancia. Por otro lado, la Iglesia solo admitía la unión carnal de cara a la procreación y el cuidado de los hijos, de forma que el matrimonio constituía también en este sentido una cuestión puramente funcional. Poco a poco, sin embargo, comenzaron las críticas sociales, por ejemplo, desde la literatura, con la obra El sí de las niñas de Moratín, quien abogaba por el valor absoluto de los afectos a la hora de elegir pareja, muy por encima de la voluntad de los padres o de las conveniencias sociales.
Primera página impresa de El sí de las niñas, de Moratín
El siglo XVIII se caracterizó por el mantenimiento de la sociedad estamental que hundía sus raíces en la Edad Media. Una sociedad donde cada estamento tenía su función y donde la movilidad social estaba profundamente restringida. El nacimiento marcaba la vida del individuo y los lazos de sangre determinaban el futuro social de las personas, por lo que la familia continuó siendo la unidad fundamental sobre la que se construía el entramado social. Sin embargo, la institución familiar y por extensión el matrimonio, también mostraron cierta evolución en esta época.
Es lógico pensar que la familia del siglo XVIII estaba claramente jerarquizada en torno a la figura del padre, depositario del poder, quien tomaba todas las decisiones respecto a sus hijos y su esposa, una suerte de parangón con el monarca propio del Antiguo Régimen sobre sus súbditos. Sin embargo se experimentan algunos cambios; por ejemplo, la familia se reduce y se tiende ya al concepto moderno de familia nuclear, sin sirvientes ni clientelas. También cambia el trato a la mujer, que se hace más familiar y cercano, y los hijos comienzan a adquirir un papel más preponderante, que se manifiesta, por ejemplo, en una mayor preocupación por su salud o en apelativos cada vez más familiares.
Los padres, sin embargo, siguieron decidiendo el futuro matrimonial de sus hijos y, en especial, de sus hijas. La concepción del matrimonio como contrato para asegurar la herencia seguía vigente y la voluntad de los cónyuges carecía de importancia. Por otro lado, la Iglesia solo admitía la unión carnal de cara a la procreación y el cuidado de los hijos, de forma que el matrimonio constituía también en este sentido una cuestión puramente funcional. Poco a poco, sin embargo, comenzaron las críticas sociales, por ejemplo, desde la literatura, con la obra El sí de las niñas de Moratín, quien abogaba por el valor absoluto de los afectos a la hora de elegir pareja, muy por encima de la voluntad de los padres o de las conveniencias sociales.