La nobleza
Como la estructura estamental no experimentó variaciones, la nobleza no perdió sus privilegios legales ni sus privilegios fiscales, aumentando incluso el número de grandes en España. Sí sufrió, sin embargo, una cierta postergación en el disfrute de altos puestos oficiales.
El clero
El clero, que completaba el estamento de los privilegiados, sintió en mayor medida los ataques reformistas. Se buscó recortar sus privilegios y reducir su número, especialmente el del clero regular. Las riquezas de la Iglesia eran inmensas gracias a sus propiedades y a los demás ingresos que obtenía, por lo que se inició una política de gravámenes y de venta de bienes eclesiásticos.
En 1767 tuvo lugar la expulsión de los jesuitas, a los que se consideró instigadores del motín de Esquilache (1766), contrarios a las iniciativas reformistas y depositarios de un gran poder económico, político y cultural.
El tercer estado
El tercer estado, los no privilegiados, que agrupaba al 90 % de la población, tenía una composición muy diversa, ya que, a pesar de tener una única situación jurídica, las diferencias económicas y culturales eran evidentes:
El campesinado predominaba y su estado difería según fuese de señorío o de realengo. En Cataluña, su situación era más desahogada gracias a los contratos de arrendamiento a largo plazo y a la progresiva especialización de los cultivos; en Andalucía, las estructuras latifundistas condicionaron su desarrollo y lo redujeron a una situación miserable; en Castilla, el atraso técnico y el aislamiento condenaban al campesinado a situaciones de pura subsistencia.
El artesanado seguía sujeto al intervencionismo gremial y a la descalificación social. Esta mentalidad fue combatida por Campomanes en su Discurso sobre el fomento de la industria popular (1774).
Las clases medias fueron ascendiendo lentamente en la escala social. En torno a la actividad comercial se fue desarrollando una incipiente burguesía.
Como la estructura estamental no experimentó variaciones, la nobleza no perdió sus privilegios legales ni sus privilegios fiscales, aumentando incluso el número de grandes en España. Sí sufrió, sin embargo, una cierta postergación en el disfrute de altos puestos oficiales.
El clero
El clero, que completaba el estamento de los privilegiados, sintió en mayor medida los ataques reformistas. Se buscó recortar sus privilegios y reducir su número, especialmente el del clero regular. Las riquezas de la Iglesia eran inmensas gracias a sus propiedades y a los demás ingresos que obtenía, por lo que se inició una política de gravámenes y de venta de bienes eclesiásticos.
En 1767 tuvo lugar la expulsión de los jesuitas, a los que se consideró instigadores del motín de Esquilache (1766), contrarios a las iniciativas reformistas y depositarios de un gran poder económico, político y cultural.
El tercer estado
El tercer estado, los no privilegiados, que agrupaba al 90 % de la población, tenía una composición muy diversa, ya que, a pesar de tener una única situación jurídica, las diferencias económicas y culturales eran evidentes:
El campesinado predominaba y su estado difería según fuese de señorío o de realengo. En Cataluña, su situación era más desahogada gracias a los contratos de arrendamiento a largo plazo y a la progresiva especialización de los cultivos; en Andalucía, las estructuras latifundistas condicionaron su desarrollo y lo redujeron a una situación miserable; en Castilla, el atraso técnico y el aislamiento condenaban al campesinado a situaciones de pura subsistencia.
El artesanado seguía sujeto al intervencionismo gremial y a la descalificación social. Esta mentalidad fue combatida por Campomanes en su Discurso sobre el fomento de la industria popular (1774).
Las clases medias fueron ascendiendo lentamente en la escala social. En torno a la actividad comercial se fue desarrollando una incipiente burguesía.