Monopolio comercial
El monopolio comercial español no fue capaz de articular y dinamizar el conjunto de la economía hispanoamericana, pues ni el mercado nacional era suficiente para dar salida a los productos americanos ni, a su vez, España podía abastecer competitivamente la demanda colonial. Por el contrario, el monopolio interfirió en el desarrollo de las posibilidades de las colonias que vivían un despegue económico.
Tanto por motivos fiscales como por estimular el crecimiento económico, la revitalización del tráfico colonial era imprescindible. Ello exigía reforzar el control sobre el comercio con las Indias y ampliar la participación de productos y comerciantes españoles.
La medida más importante al respecto fue el fin del monopolio del comercio americano por parte de la Casa de Contratación, instalada, desde 1717, en Cádiz. La pérdida del monopolio se hizo en dos etapas:
En la primera etapa, entre 1728 y 1756, se crearon compañías privilegiadas por acciones para comerciar con determinadas áreas americanas. La primera fue la Compañía Guipuzcoana de Caracas, fundada en San Sebastián en 1728.
En la segunda etapa, a partir del decreto de Libre Comercio de 1765, se autorizó a diversos puertos españoles a comerciar directamente con las islas americanas, entre las que destacaban Cuba y Puerto Rico: Barcelona, Alicante, Cartagena, Málaga, Sevilla, Cádiz, La Coruña, Gijón y Santander. Poco después se concedió a estos puertos completa libertad para comerciar con las islas Canarias y con ciertos enclaves de México y Colombia.
En 1778 se dispuso el nuevo reglamento de libre comercio, que fue todo un éxito. La liberalización del comercio americano contribuyó al equilibrio de la balanza comercial. La creciente aportación impositiva de América representaba en los años noventa del siglo más de la mitad de los ingresos ordinarios de la Hacienda Real.
La producción
La agricultura continuó siendo de subsistencia en las regiones del interior, pero en las zonas atlánticas se desarrolló la de plantación para exportar a Europa sus productos. La ganadería tenía magníficas condiciones naturales para su desarrollo extensivo y alimentó un importante comercio exportador. La industria renovó sus técnicas y la textil incrementó su producción sobre la base de las materias primas indígenas (algodón y lana de las ovejas, vicuñas y llamas).
El monopolio comercial español no fue capaz de articular y dinamizar el conjunto de la economía hispanoamericana, pues ni el mercado nacional era suficiente para dar salida a los productos americanos ni, a su vez, España podía abastecer competitivamente la demanda colonial. Por el contrario, el monopolio interfirió en el desarrollo de las posibilidades de las colonias que vivían un despegue económico.
Tanto por motivos fiscales como por estimular el crecimiento económico, la revitalización del tráfico colonial era imprescindible. Ello exigía reforzar el control sobre el comercio con las Indias y ampliar la participación de productos y comerciantes españoles.
La medida más importante al respecto fue el fin del monopolio del comercio americano por parte de la Casa de Contratación, instalada, desde 1717, en Cádiz. La pérdida del monopolio se hizo en dos etapas:
En la primera etapa, entre 1728 y 1756, se crearon compañías privilegiadas por acciones para comerciar con determinadas áreas americanas. La primera fue la Compañía Guipuzcoana de Caracas, fundada en San Sebastián en 1728.
En la segunda etapa, a partir del decreto de Libre Comercio de 1765, se autorizó a diversos puertos españoles a comerciar directamente con las islas americanas, entre las que destacaban Cuba y Puerto Rico: Barcelona, Alicante, Cartagena, Málaga, Sevilla, Cádiz, La Coruña, Gijón y Santander. Poco después se concedió a estos puertos completa libertad para comerciar con las islas Canarias y con ciertos enclaves de México y Colombia.
En 1778 se dispuso el nuevo reglamento de libre comercio, que fue todo un éxito. La liberalización del comercio americano contribuyó al equilibrio de la balanza comercial. La creciente aportación impositiva de América representaba en los años noventa del siglo más de la mitad de los ingresos ordinarios de la Hacienda Real.
La producción
La agricultura continuó siendo de subsistencia en las regiones del interior, pero en las zonas atlánticas se desarrolló la de plantación para exportar a Europa sus productos. La ganadería tenía magníficas condiciones naturales para su desarrollo extensivo y alimentó un importante comercio exportador. La industria renovó sus técnicas y la textil incrementó su producción sobre la base de las materias primas indígenas (algodón y lana de las ovejas, vicuñas y llamas).