Evolución política
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La Constitución de Bayona fue la primera constitución en la historia de España.
En realidad no fue una constitución sino una carta otorgada. La diferencia es que una constitución obedece a la soberanía nacional y está elaborada y aproba...
Las Juntas
En mayo de 1808 existían en España dos poderes: por una parte, la Junta de Gobierno dejada por Fernando VII y, por otra parte, el nuevo orden político napoleónico basado en la Constitución de Bayona y en la nueva dinastía, representada por el hermano de Napoleón, José I.
Sin embargo, se produjo un vacío de poder que la iniciativa popular tendió a llenar espontáneamente con la creación de un nuevo tipo de autoridad, derivada de la voluntad del pueblo y del fin supremo de la defensa y gobierno del país. Nacían así las Juntas, expresión peculiar de la soberanía nacional. En junio de 1808 eran ya numerosas y estaban coordinadas por trece Juntas Supremas que no reconocían al nuevo rey francés; en septiembre se creó la Junta Central. El poder se trasladaba así de las instituciones tradicionales a las nuevas. Estas Juntas tuvieron funciones políticas y militares, y estaban formadas por grupos diversos (nobles, burgueses, etc.) unidos por la oposición a los franceses. Pero el acceso de miembros calificados del Antiguo Régimen al control de las Juntas vació progresivamente a estas de su espíritu primitivo de reforma política.
La Junta Central, presidida por Floridablanca, redujo su labor a una simple gestión, nada revolucionaria. En enero de 1810 se disolvió, pasando el poder a una regencia.
Los afrancesados
El régimen de José I dependía de la colaboración de las elites del Antiguo Régimen. Sin embargo, esa colaboración no fue mayoritaria y solo le apoyaron los afrancesados. Aun siendo una minoría, representaron una parte muy cualificada del sector político, social y culturalmente dirigente. Los motivos del afrancesamiento fueron diversos:
Hubo razones ideológicas. Un sector de la opinión pública ilustrada consideró que el cambio dinástico permitiría abordar las transformaciones políticas, sociales y culturales que la sociedad española necesitaba urgentemente. Esa transformación, sin embargo, no debía pasar por la revolución, y la mejor manera de evitar las convulsiones políticas era asentar un régimen fuerte.
Hubo también otros factores no estrictamente ideológicos, como pensar que la guerra era innecesaria porque estaba perdida de antemano; considerar que había que mantener en las zonas ocupadas una administración al frente de la cual hubiera españoles; y, por supuesto, se daba también el mero oportunismo.
En 1814, con la derrota napoleónica, los afrancesados solo tuvieron dos opciones: los que se quedaron en España fueron duramente reprimidos; otros optaron por el exilio, lo que inició la larga serie de exilios políticos de la historia de España. Sin embargo, los afrancesados significaron un referente intelectual y político de primera magnitud para los liberales y los absolutistas, que les acusaban de traidores.
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La Constitución de Bayona fue la primera constitución en la historia de España.
En realidad no fue una constitución sino una carta otorgada. La diferencia es que una constitución obedece a la soberanía nacional y está elaborada y aproba...
Las Juntas
En mayo de 1808 existían en España dos poderes: por una parte, la Junta de Gobierno dejada por Fernando VII y, por otra parte, el nuevo orden político napoleónico basado en la Constitución de Bayona y en la nueva dinastía, representada por el hermano de Napoleón, José I.
Sin embargo, se produjo un vacío de poder que la iniciativa popular tendió a llenar espontáneamente con la creación de un nuevo tipo de autoridad, derivada de la voluntad del pueblo y del fin supremo de la defensa y gobierno del país. Nacían así las Juntas, expresión peculiar de la soberanía nacional. En junio de 1808 eran ya numerosas y estaban coordinadas por trece Juntas Supremas que no reconocían al nuevo rey francés; en septiembre se creó la Junta Central. El poder se trasladaba así de las instituciones tradicionales a las nuevas. Estas Juntas tuvieron funciones políticas y militares, y estaban formadas por grupos diversos (nobles, burgueses, etc.) unidos por la oposición a los franceses. Pero el acceso de miembros calificados del Antiguo Régimen al control de las Juntas vació progresivamente a estas de su espíritu primitivo de reforma política.
La Junta Central, presidida por Floridablanca, redujo su labor a una simple gestión, nada revolucionaria. En enero de 1810 se disolvió, pasando el poder a una regencia.
Los afrancesados
El régimen de José I dependía de la colaboración de las elites del Antiguo Régimen. Sin embargo, esa colaboración no fue mayoritaria y solo le apoyaron los afrancesados. Aun siendo una minoría, representaron una parte muy cualificada del sector político, social y culturalmente dirigente. Los motivos del afrancesamiento fueron diversos:
Hubo razones ideológicas. Un sector de la opinión pública ilustrada consideró que el cambio dinástico permitiría abordar las transformaciones políticas, sociales y culturales que la sociedad española necesitaba urgentemente. Esa transformación, sin embargo, no debía pasar por la revolución, y la mejor manera de evitar las convulsiones políticas era asentar un régimen fuerte.
Hubo también otros factores no estrictamente ideológicos, como pensar que la guerra era innecesaria porque estaba perdida de antemano; considerar que había que mantener en las zonas ocupadas una administración al frente de la cual hubiera españoles; y, por supuesto, se daba también el mero oportunismo.
En 1814, con la derrota napoleónica, los afrancesados solo tuvieron dos opciones: los que se quedaron en España fueron duramente reprimidos; otros optaron por el exilio, lo que inició la larga serie de exilios políticos de la historia de España. Sin embargo, los afrancesados significaron un referente intelectual y político de primera magnitud para los liberales y los absolutistas, que les acusaban de traidores.