El crecimiento demográfico español fue durante el siglo XIX menor y más lento que el de la mayoría de los países europeos. Así, se pueden apuntar los siguientes ciclos:
Hasta 1833, de escaso crecimiento de la población.
Hasta 1877, con una reactivación demográfica muy notable.
Hasta 1900, caracterizado por un estancamiento.
España pasó de unos 11 millones de habitantes en 1800, a unos 18 a finales del siglo XIX. Este crecimiento demográfico no fue homogéneo por todo el territorio. Hubo una zona de crecimiento elevado, que comprendía las antiguas regiones de Cataluña, Valencia, Murcia, Andalucía, Extremadura, las islas Baleares y las islas Canarias. Otra zona de crecimiento intermedio que abarcaba Galicia, Asturias, el País Vasco y Navarra, y una última zona de crecimiento bajo en la que se encontraban Aragón y las dos Castillas.
La vigencia de las crisis de subsistencia en una época tan tardía se explica, sobre todo, por causas estructurales, como el atraso técnico, los bajos rendimientos y la mala redistribución de los excedentes regionales por la ineficaz red de transportes. Todo ello producía la carestía y el hambre. En una población subalimentada, las enfermedades hicieron estragos, especialmente entre la población infantil.
La emigración representó la única válvula de escape en una sociedad tan deprimida y consolidó la tendencia al abandono de las zonas interiores de la Península. También hay que anotar un segundo movimiento de población, el del campo a la ciudad, aunque ciertamente no sería importante hasta el siglo XX.
Hasta 1833, de escaso crecimiento de la población.
Hasta 1877, con una reactivación demográfica muy notable.
Hasta 1900, caracterizado por un estancamiento.
España pasó de unos 11 millones de habitantes en 1800, a unos 18 a finales del siglo XIX. Este crecimiento demográfico no fue homogéneo por todo el territorio. Hubo una zona de crecimiento elevado, que comprendía las antiguas regiones de Cataluña, Valencia, Murcia, Andalucía, Extremadura, las islas Baleares y las islas Canarias. Otra zona de crecimiento intermedio que abarcaba Galicia, Asturias, el País Vasco y Navarra, y una última zona de crecimiento bajo en la que se encontraban Aragón y las dos Castillas.
La vigencia de las crisis de subsistencia en una época tan tardía se explica, sobre todo, por causas estructurales, como el atraso técnico, los bajos rendimientos y la mala redistribución de los excedentes regionales por la ineficaz red de transportes. Todo ello producía la carestía y el hambre. En una población subalimentada, las enfermedades hicieron estragos, especialmente entre la población infantil.
La emigración representó la única válvula de escape en una sociedad tan deprimida y consolidó la tendencia al abandono de las zonas interiores de la Península. También hay que anotar un segundo movimiento de población, el del campo a la ciudad, aunque ciertamente no sería importante hasta el siglo XX.