El romanticismo
El romanticismo, que fue el movimiento cultural más importante de las primeras décadas del siglo XIX europeo, se fue introduciendo en España a través de los propios literatos españoles exiliados, como Martínez de la Rosa, Espronceda o el Duque de Rivas.
El romanticismo puede caracterizarse por la defensa de la libertad creadora frente a la norma establecida por el clasicismo anterior; por la intuición, la pasión y el sentimiento que desbancan al frío racionalismo, y por el triunfo de un irracionalismo que potencia la imaginación y los sueños. Es, a la vez, una actitud ante la vida y ante la sociedad, y por eso conecta con las corrientes políticas de la época: el liberalismo, que reivindica la libertad del hombre y del ciudadano, y el nacionalismo, que lucha por la libertad de los pueblos sometidos.
En España, la coyuntura adecuada para la expresión del romanticismo llegó con la muerte de Fernando VII, cuando la censura dio paso a la libertad de expresión. Sin embargo, antes de este romanticismo liberal se desarrolló un primer romanticismo o romanticismo histórico (Lista, Durán), de claro signo conservador, que se interpretó como continuador de la tradición cristiana y de la cultura nacional del Siglo de Oro.
En la primera etapa del romanticismo destacaron Martínez de la Rosa, con La Conjuración de Venecia; el Duque de Rivas, autor de Don Álvaro; Espronceda, el de significación política más radical, con El estudiante de Salamanca y El diablo mundo, y Larra, con Macías.
La segunda etapa romántica está representada por García Gutiérrez, con El trovador; por Hartzenbusch, con Los amantes de Teruel, y por Zorrilla, que en Don Juan Tenorio reconcilia el ideal del amor romántico con los valores tradicionales.
En Cataluña, el movimiento romántico tuvo relación con el despertar del fenómeno nacionalista. La Oda a la Patria, de Aribau, supuso el punto de partida de un desarrollo de la poesía catalana que daría forma a la Renaixenca cultural.
El romanticismo, que fue el movimiento cultural más importante de las primeras décadas del siglo XIX europeo, se fue introduciendo en España a través de los propios literatos españoles exiliados, como Martínez de la Rosa, Espronceda o el Duque de Rivas.
El romanticismo puede caracterizarse por la defensa de la libertad creadora frente a la norma establecida por el clasicismo anterior; por la intuición, la pasión y el sentimiento que desbancan al frío racionalismo, y por el triunfo de un irracionalismo que potencia la imaginación y los sueños. Es, a la vez, una actitud ante la vida y ante la sociedad, y por eso conecta con las corrientes políticas de la época: el liberalismo, que reivindica la libertad del hombre y del ciudadano, y el nacionalismo, que lucha por la libertad de los pueblos sometidos.
En España, la coyuntura adecuada para la expresión del romanticismo llegó con la muerte de Fernando VII, cuando la censura dio paso a la libertad de expresión. Sin embargo, antes de este romanticismo liberal se desarrolló un primer romanticismo o romanticismo histórico (Lista, Durán), de claro signo conservador, que se interpretó como continuador de la tradición cristiana y de la cultura nacional del Siglo de Oro.
En la primera etapa del romanticismo destacaron Martínez de la Rosa, con La Conjuración de Venecia; el Duque de Rivas, autor de Don Álvaro; Espronceda, el de significación política más radical, con El estudiante de Salamanca y El diablo mundo, y Larra, con Macías.
La segunda etapa romántica está representada por García Gutiérrez, con El trovador; por Hartzenbusch, con Los amantes de Teruel, y por Zorrilla, que en Don Juan Tenorio reconcilia el ideal del amor romántico con los valores tradicionales.
En Cataluña, el movimiento romántico tuvo relación con el despertar del fenómeno nacionalista. La Oda a la Patria, de Aribau, supuso el punto de partida de un desarrollo de la poesía catalana que daría forma a la Renaixenca cultural.