Política interna de los dos bandos
Diferentes carteles realizados por el bando republicano durante la Guerra Civil
La zona republicana durante la guerra
La España republicana durante la guerra significó la legalidad constitucional expresada en las urnas en febrero de 1936. Sin embargo, esa legalidad se tradujo internamente en falta de autoridad, desorden y predominio de los elementos más exaltados, es decir, la revolución en marcha dentro de la guerra, por lo que el gobierno se encontró casi siempre desbordado. El poder político se desplazó desde el Partido Socialista hacia los sectores comunista y anarquista; pero estos últimos, a su vez, se fraccionaron en diversos grupos que acentuaron la disgregación.
El anticlericalismo se endureció en la zona republicana a medida que se radicalizaba la situación política. La excepción en esta situación fue la del Partido Nacionalista Vasco, confesionalmente católico, que, sin embargo, se alineó en el bando republicano.
La España republicana llevó la peor parte en cuanto al apoyo del exterior, a las pérdidas sufridas en los combates, a la escasez y racionamiento de alimentos y de pertrechos militares y al éxodo masivo de la población civil. Sin embargo, paradójicamente, la moral de este bando estuvo siempre muy alta, lo que se explica por la abundante propaganda desplegada, pero también por el carácter de «revolución popular» que tuvo la guerra.
El ministerio de Instrucción Pública potenció la expansión de la educación, aunque con un alto componente de adoctrinamiento político.
Se construyeron cerca de 5.500 nuevas escuelas (a las que habría que añadir las 2.100 que levantó la Generalitat en Cataluña).
Se aprobó el Plan de Estudios de la Escuela Primaria; se intentó que el bachillerato perdiera su carácter elitista y se preparó una modalidad abreviada del mismo para obreros.
La universidad, en cambio, apenas funcionó. En el campo de la difusión cultural, abundaron las iniciativas a cargo de partidos, sindicatos y organizaciones de diverso tipo. Especial relevancia adquirió la labor de alfabetización y educación política llevada a cabo entre los soldados por las Milicias de la Cultura, organizaciones de voluntarios promovidas por las autoridades ministeriales.
La mayoría de los intelectuales españoles se movilizaron en favor de la República. Antonio Machado, León Felipe, Gil Albert, Miguel Hernández, María Zambrano, Rafael Alberti y Federico García Lorca (asesinado al inicio de la contienda en Granada) se encontraban entre ellos. Muchos escribieron en las revistas El Mono Azul y Hora de España. En 1937 se organizó en Valencia el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, que contó con la asistencia de numerosos extranjeros.
La zona «nacional» durante la guerra
El 1 de octubre de 1936, una Junta de generales proclamó Generalísimo a Franco. Este no se definió sobre la forma del Estado que pretendía construir hasta mucho tiempo más tarde, entendiendo su jefatura como vitalicia. De cara a la guerra, Franco se propuso el fortalecimiento del ejército dentro de una rígida disciplina.
La España nacionalista fue confesionalmente católica, protegió a la Iglesia y se apoyó en ella. Tanto el clero español como la Santa Sede estuvieron abiertamente de su parte.
El abasteo>En la vida pública de la zona franquista se instauró un orden sin fisuras: establecimiento de la censura y supresión de la prensa de oposición. Los partidos políticos se unificaron en abril de 1937 en Falange Española Tradicionalista y de las JONS; Manuel Hedilla, nombrado jefe nacional de Falange después del fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, fue condenado a muerte por su actitud contraria a estas medidas, aunque luego fue indultado.
La España nacionalcimiento y la situación material nunca fueron tan precarios como en el bando republicano. Hubo escasez, pero no llegó a pasarse hambre. Tras la toma de las regiones industriales del norte, la situación mejoró sensiblemente.
El bando franquista se propuso como objetivo prioritario desde el principio de la contienda desmontar la obra renovadora que en materia educativa se había llevado a cabo durante la Segunda República. Todos los elementos ideológicos del sistema educativo fueron depurados (docentes, libros de texto, bibliotecas, etc.). La educación que se impuso en la España «nacional» obedeció a dos principios básicos: confesionalidad y politización. Los contenidos católicos y patrióticos impregnaron el conjunto de la enseñanza y la Iglesia desempeñó un papel central en su desarrollo. La educación debía conformar un «hombre nuevo», que sería la base del Nuevo Estado. De acuerdo con esta idea, la ley del 20 de septiembre de 1938 reformó el bachillerato.
La España «nacional» contó con la entusiasta colaboración de una serie de intelectuales que provenían de las distintas corrientes ideológico-políticas que se habían unido al alzamiento militar. Entre sus nombres más destacados figuraron Eugenio d'Ors, Laín Entralgo, Tovar, Ridruejo, Agustín de Foxá, Torrente Ballester y Maravall. El escritor Miguel de Unamuno, que al principio fue partidario de la sublevación, acabó decepcionado con esta después de un sonado incidente con el general Millán Astray.
Diferentes carteles realizados por el bando republicano durante la Guerra Civil
La zona republicana durante la guerra
La España republicana durante la guerra significó la legalidad constitucional expresada en las urnas en febrero de 1936. Sin embargo, esa legalidad se tradujo internamente en falta de autoridad, desorden y predominio de los elementos más exaltados, es decir, la revolución en marcha dentro de la guerra, por lo que el gobierno se encontró casi siempre desbordado. El poder político se desplazó desde el Partido Socialista hacia los sectores comunista y anarquista; pero estos últimos, a su vez, se fraccionaron en diversos grupos que acentuaron la disgregación.
El anticlericalismo se endureció en la zona republicana a medida que se radicalizaba la situación política. La excepción en esta situación fue la del Partido Nacionalista Vasco, confesionalmente católico, que, sin embargo, se alineó en el bando republicano.
La España republicana llevó la peor parte en cuanto al apoyo del exterior, a las pérdidas sufridas en los combates, a la escasez y racionamiento de alimentos y de pertrechos militares y al éxodo masivo de la población civil. Sin embargo, paradójicamente, la moral de este bando estuvo siempre muy alta, lo que se explica por la abundante propaganda desplegada, pero también por el carácter de «revolución popular» que tuvo la guerra.
El ministerio de Instrucción Pública potenció la expansión de la educación, aunque con un alto componente de adoctrinamiento político.
Se construyeron cerca de 5.500 nuevas escuelas (a las que habría que añadir las 2.100 que levantó la Generalitat en Cataluña).
Se aprobó el Plan de Estudios de la Escuela Primaria; se intentó que el bachillerato perdiera su carácter elitista y se preparó una modalidad abreviada del mismo para obreros.
La universidad, en cambio, apenas funcionó. En el campo de la difusión cultural, abundaron las iniciativas a cargo de partidos, sindicatos y organizaciones de diverso tipo. Especial relevancia adquirió la labor de alfabetización y educación política llevada a cabo entre los soldados por las Milicias de la Cultura, organizaciones de voluntarios promovidas por las autoridades ministeriales.
La mayoría de los intelectuales españoles se movilizaron en favor de la República. Antonio Machado, León Felipe, Gil Albert, Miguel Hernández, María Zambrano, Rafael Alberti y Federico García Lorca (asesinado al inicio de la contienda en Granada) se encontraban entre ellos. Muchos escribieron en las revistas El Mono Azul y Hora de España. En 1937 se organizó en Valencia el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, que contó con la asistencia de numerosos extranjeros.
La zona «nacional» durante la guerra
El 1 de octubre de 1936, una Junta de generales proclamó Generalísimo a Franco. Este no se definió sobre la forma del Estado que pretendía construir hasta mucho tiempo más tarde, entendiendo su jefatura como vitalicia. De cara a la guerra, Franco se propuso el fortalecimiento del ejército dentro de una rígida disciplina.
La España nacionalista fue confesionalmente católica, protegió a la Iglesia y se apoyó en ella. Tanto el clero español como la Santa Sede estuvieron abiertamente de su parte.
El abasteo>En la vida pública de la zona franquista se instauró un orden sin fisuras: establecimiento de la censura y supresión de la prensa de oposición. Los partidos políticos se unificaron en abril de 1937 en Falange Española Tradicionalista y de las JONS; Manuel Hedilla, nombrado jefe nacional de Falange después del fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, fue condenado a muerte por su actitud contraria a estas medidas, aunque luego fue indultado.
La España nacionalcimiento y la situación material nunca fueron tan precarios como en el bando republicano. Hubo escasez, pero no llegó a pasarse hambre. Tras la toma de las regiones industriales del norte, la situación mejoró sensiblemente.
El bando franquista se propuso como objetivo prioritario desde el principio de la contienda desmontar la obra renovadora que en materia educativa se había llevado a cabo durante la Segunda República. Todos los elementos ideológicos del sistema educativo fueron depurados (docentes, libros de texto, bibliotecas, etc.). La educación que se impuso en la España «nacional» obedeció a dos principios básicos: confesionalidad y politización. Los contenidos católicos y patrióticos impregnaron el conjunto de la enseñanza y la Iglesia desempeñó un papel central en su desarrollo. La educación debía conformar un «hombre nuevo», que sería la base del Nuevo Estado. De acuerdo con esta idea, la ley del 20 de septiembre de 1938 reformó el bachillerato.
La España «nacional» contó con la entusiasta colaboración de una serie de intelectuales que provenían de las distintas corrientes ideológico-políticas que se habían unido al alzamiento militar. Entre sus nombres más destacados figuraron Eugenio d'Ors, Laín Entralgo, Tovar, Ridruejo, Agustín de Foxá, Torrente Ballester y Maravall. El escritor Miguel de Unamuno, que al principio fue partidario de la sublevación, acabó decepcionado con esta después de un sonado incidente con el general Millán Astray.