También llamadas “casas de corredor“, es un estilo típico de construcción puramente madrileño (asociado por otra parte al barrio de Lavapiés).
Si nos pusiéramos a buscar sus raíces tendríamos que remontarnos a las construcciones judías (gurrálát) y árabes (adarves). Buscando sus similitudes más cercanas, es evidente su gran parecido con los típicos patios de vecinos andaluces.
Este tipo de construcción se comenzó a realizar en Madrid en los siglos XVI y XVII, después que Felipe II se trajera la corte, provocando con ello una gran demanda de viviendas que obliga¬ ba a aprovechar cada metro de suelo. Pero de esa época no ha quedado nada. Las corralas que hoy se conservan datan de los siglos XVIII y XIX.
Arquitectónicamente, podríamos decir que cuentan con un corredor, de ahí su nombre de corrala, en torno a un patio central. Las viviendas se distribuyen alrededor de este patio dividiéndose en exteriores e interiores, estas ultimas llamadas ‘cuartos’. En origen no contaban más que de un retrete por planta, situado al final del corredor. Sobra decir que las condiciones de habitabilidad eran muy precarias y que el hacinamiento de gente era una constante. El único lujo ornamental del inmueble era la fuente de fundición, cuando la había, y que abastecía de agua a los vecinos.
Las primeras se levantaron en la zona de Lavapiés y Embajadores. Más tarde, a mediados del XIX se construyeron en todos los barrios populares, Maravillas (Malasaña), Tetuán, Vallecas, Carabanchel. Por lo general se trataba de aprovechar solares con poca fachada y escasa luminosidad para dar alojamiento a trabajadores y artesanos. Las más antiguas que nos quedan, como ya hemos dicho antes, datan de finales del XVIII y principios del XIX, siglo en que sirvieron de inspiración a los autores de la época como escenario para muchas de sus obras y siglo en que recibieron el sobrenombre de “Casas de tócame Roque”. Bastará recordar los saínetes y algunas obras de Pío Baroja o Galdós. Por cierto, la casa de “Tócame Roque” se encontraba en la esquina de las calles Barquillo y Belén.
A lo largo de toda su historia han sufrido numerosas trasformaciones, a pesar de que han seguido conservando su estructura original. Las columnas en un principio de madera, como las barandillas, han ido poco a poco sustituyéndose por otras de hierro, mientras los muretes de obra de las galerías han desaparecido para aligerar el peso (quedan algunos en la corrala del 21 de la calle Amparo).
De todas formas hay algo que no debemos dejar de pasar por alto: las corralas no han muerto y la mejor muestra de ello son las nuevas construcciones de este tipo que se han creado en los últimos años, evidentemente eliminando las deficiencias de las antiguas, en el 37 de la calle Embajadores por ejemplo o en el 9 de Bravo Murillo, donde la estructura tradicional de ladrillo y madera, ha sido sustituida por otra metálica y el cristal y los azulejos juegan un importante papel.
Si nos pusiéramos a buscar sus raíces tendríamos que remontarnos a las construcciones judías (gurrálát) y árabes (adarves). Buscando sus similitudes más cercanas, es evidente su gran parecido con los típicos patios de vecinos andaluces.
Este tipo de construcción se comenzó a realizar en Madrid en los siglos XVI y XVII, después que Felipe II se trajera la corte, provocando con ello una gran demanda de viviendas que obliga¬ ba a aprovechar cada metro de suelo. Pero de esa época no ha quedado nada. Las corralas que hoy se conservan datan de los siglos XVIII y XIX.
Arquitectónicamente, podríamos decir que cuentan con un corredor, de ahí su nombre de corrala, en torno a un patio central. Las viviendas se distribuyen alrededor de este patio dividiéndose en exteriores e interiores, estas ultimas llamadas ‘cuartos’. En origen no contaban más que de un retrete por planta, situado al final del corredor. Sobra decir que las condiciones de habitabilidad eran muy precarias y que el hacinamiento de gente era una constante. El único lujo ornamental del inmueble era la fuente de fundición, cuando la había, y que abastecía de agua a los vecinos.
Las primeras se levantaron en la zona de Lavapiés y Embajadores. Más tarde, a mediados del XIX se construyeron en todos los barrios populares, Maravillas (Malasaña), Tetuán, Vallecas, Carabanchel. Por lo general se trataba de aprovechar solares con poca fachada y escasa luminosidad para dar alojamiento a trabajadores y artesanos. Las más antiguas que nos quedan, como ya hemos dicho antes, datan de finales del XVIII y principios del XIX, siglo en que sirvieron de inspiración a los autores de la época como escenario para muchas de sus obras y siglo en que recibieron el sobrenombre de “Casas de tócame Roque”. Bastará recordar los saínetes y algunas obras de Pío Baroja o Galdós. Por cierto, la casa de “Tócame Roque” se encontraba en la esquina de las calles Barquillo y Belén.
A lo largo de toda su historia han sufrido numerosas trasformaciones, a pesar de que han seguido conservando su estructura original. Las columnas en un principio de madera, como las barandillas, han ido poco a poco sustituyéndose por otras de hierro, mientras los muretes de obra de las galerías han desaparecido para aligerar el peso (quedan algunos en la corrala del 21 de la calle Amparo).
De todas formas hay algo que no debemos dejar de pasar por alto: las corralas no han muerto y la mejor muestra de ello son las nuevas construcciones de este tipo que se han creado en los últimos años, evidentemente eliminando las deficiencias de las antiguas, en el 37 de la calle Embajadores por ejemplo o en el 9 de Bravo Murillo, donde la estructura tradicional de ladrillo y madera, ha sido sustituida por otra metálica y el cristal y los azulejos juegan un importante papel.