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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: La sociedad europea en el siglo XVIII y comienzos del...

La sociedad europea en el siglo XVIII y comienzos del XIX

Ascensión de un globo Montgolfier en Madrid, cuadro de Antonio Carnicero (1748-1814), que refleja el interés de la sociedad del siglo XVIII por los avances científicos. Museo del Prado, Madrid

Durante el siglo XVIII, Europa experimentó un gran auge económico que estuvo ligado a los avances técnicos y a la expansión colonial. En España, este desarrollo se produjo con la llegada de la casa de Borbón, entronizada en 1700. Paralelamente se desarrolló una nueva filosofía, la Ilustración, y una nueva forma de gobernar, el despotismo ilustrado.

La Ilustración fue un activo movimiento cultural que creía en el papel decisivo de la razón para la consecución de una sociedad más justa, y proponía como ideales la educación (las «luces» de la razón contra las «tinieblas» de la ignorancia), la libertad política y el dominio de las fuerzas de la naturaleza gracias al progreso científico.

Los filósofos ilustrados, como los franceses Voltaire, Rousseau y Diderot, y el alemán Kant, se esforzaban en buscar respuestas racionales a las dificultades que se les presentaban en la política, la religión, la vida social y el arte, rechazando las propuestas únicamente basadas en la fe religiosa o la tradición histórica.
Se conoce como despotismo ilustrado la forma de gobernar que buscaba el bienestar y la cultura «para el pueblo, pero sin el pueblo». Sus representantes más genuinos fueron Carlos III y otros reyes de esta época.

Progresivamente, la concepción ilustrada fue aceptada como propia por una clase social, la burguesía, cuyo imparable ascenso y la pérdida de poder de la nobleza culminaron en la Revolución Francesa (1789) y sus ideales de «libertad, igualdad y fraternidad», que terminaron con el Antiguo Régimen y dieron paso al mundo moderno.

El Imperio napoleónico, que comenzó en 1804 con la proclamación de Napoleón como emperador de Francia, se propuso extender por Europa los ideales de la Revolución Francesa, pero las monarquías absolutas europeas se resistieron al cambio.

Los países que derrotaron a Napoleón -Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia- se reunieron en el Congreso de Viena (1814-1815) para restaurar el absolutismo y reconstruir el mapa de Europa rectificando las fronteras.

A pesar de ello, la aristocracia fue perdiendo sus privilegios y acabaron triunfando la libertad y el individualismo.