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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

Cuentos así son los que nos hubiesen tenido que contar en estos días de Todos los Santos y Difuntos.
Con cuentos así, no se pasa miedo, pero con aquellos que nos explicaban a nosotros por estas fechas, bien fuesen los hermanos mayores, la vecina, o nuestras propias abuelas, esos sí que te ponían los pelos como escarpias, y el tembleque en las rodillas...
De aquellos cuentos, -no sé si será debido a la memoria selectiva-, sólo recuerdo retazos de algunos de ellos.
En uno de aquellos cuentos, al ÁNIMA que se le apereció a un campesino que iba camino a su pueblo subido en su borrucho, le comenzaron a crecer las piernas, cuando aceptó la invitación del campesino de subir al borriquillo, hasta el pueblo. Tanto le crecieron, que ya le arrastraban por el suelo los pies, y cuando el pobre dueño del borrucho se dió cuenta comenzó a preguntarle que qué quería y a qué venía, y la Ánima le dijo que venía por él, así que a pesar de sus ruegos, el campesino amaneció muerto...

Otro de los cuentos que explicaban los mayores, era uno que, al protagonista, las orejas se le volvían de "bacalau". De este ya no recuerdo tanto, así que emplead la imaginación, y si os place, continuad vosotros... ¡con lo que os parezca, o con lo que antes se os ocurra!

"Contar cuentos es una tarea apasionante, motivadora y gratificante, no sólo para el oyente sino también para el narrador. Éste posee un poder inmensamente maravilloso e iniciático, ya que a través del cuento todo lo que el niño conoce cobra movimiento y actúa de formas irreales, mágicas e incluso absurdas que llenan su universo mental de matices oníricos, catárticos y evocadores...

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Los cuentos están poblados de situaciones y personajes reales o fantásticos que el niño puede evocar mental y verbalmente, pero el poder de la palabra y el gesto del narrador les confieren una magia y un sabor indescriptibles...

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El niño, desde bien pequeño, sabe que lo que se le cuenta no es real (¡un lobo hablando con una niña, qué absurdo!), pero lo acepta regocijado porque cuando lee o escucha un relato no está buscando certezas ni confirmaciones científicas de la realidad, sino trasgresiones y puertas para penetrar en el agujero negro (en esta ocasión, recubierto de un esmalte multicolor) de la fantasía, la irrealidad y los imposibles satisfechos...

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La utopía hecha cotidianidad, lo paranormal traducido en lo políticamente correcto, lo onírico, lo realista, lo íntimo y lo exterior, la exuberancia y la sencillez, la brutalidad y la ternura, lo pretérito, lo presente y lo por venir, lo modestamente mío y lo gozosamente nuestro… todo explota en un arco iris jacarandoso cuando es tocado por la pluma del escritor o por el exultante y creativo pincel del ilustrador...
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Las mil y una virtudes de los cuentos.

La narración o lectura de cuentos a los niños reúne un amplísimo repertorio de «indicaciones» que hacen de este brebaje un alimento imprescindible tanto para el cuerpo como para el espíritu. Esbozaremos algunas pinceladas para que los padres se convenzan de la idoneidad de este «complejo vitamínico»...