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Un amigo explicaba no hace mucho que, uno de los problemas que tuvo de recién casado y haber estrenado piso, fue que un día no se acordaba del número de la puerta de su casa.
LLegué a la puerta de una que no era la mía -decía-, y comencé a maniobrar con la llave, tratando de abrir. Me disponía a darle un puntapié a la puerta cuando se acercó un señor.
- ¿Puedo ayudarle en algo?- le dijo.
-No, gracias. La cerradura parece haberse estropeado.
- ¡No me diga!, le dijo el sr.
-Si, - refunfuñó nuestro amigo, todavía intentando abrir-
-Pues si logra abrir, -advirtió el sr.-, usted y mi mujer van a tener que darme unas cuantas explicaciones.
Nuestro amigo nos dijo, que fue el momento que hubiese querido que lo tragase la tierra, ¡Y no es para menos!
LLegué a la puerta de una que no era la mía -decía-, y comencé a maniobrar con la llave, tratando de abrir. Me disponía a darle un puntapié a la puerta cuando se acercó un señor.
- ¿Puedo ayudarle en algo?- le dijo.
-No, gracias. La cerradura parece haberse estropeado.
- ¡No me diga!, le dijo el sr.
-Si, - refunfuñó nuestro amigo, todavía intentando abrir-
-Pues si logra abrir, -advirtió el sr.-, usted y mi mujer van a tener que darme unas cuantas explicaciones.
Nuestro amigo nos dijo, que fue el momento que hubiese querido que lo tragase la tierra, ¡Y no es para menos!