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El ser humano cura a sus semejantes, y también los aniquila. Nos ayudamos o nos zancadiilleamos mutuamente; nos instamos unos a otros a vivir y crecer o a rendirnos y batirnos en retirada; influimos en los demás como el sol y la escarcha "influyen" en la campiña.
Este proceso de influencia, dicen los expertos que ocurre permanentemente, que todos nosotros emitimos sin cesar a lo demás singulares y poderosas invitaciones a que vivan o mueran, triunfen o se rindan.
Y creo que tienen razón. Cuando estoy con alguien, crezco o disminuyo, según cómo me haga sentir ese alguien, y yo a mi vez, puedo invitar a ese alguien a vivir o morir simplemente por el hecho de existir en su presencia, de pasear o de dejarle sólo, de tenderle mi mano o no tendérsela, de abrirle mi corazón o mantenerlo cerrado.
Se ha comparado a La Humanidad con una tela de araña. "Al movernos por el mundo y actuar, quizá, con bondad, o bien con indiferencia u hostilidad, hacia las personas que encontramos, estamos haciendo temblar la gran tela de araña. La vida que yo toco para bien o para mal tocará otra vida, y ésta, a su vez, otra, hasta que, quién sabe dónde, el temblor se pare, o mi toque, quién sabe en qué remoto lugar, se sienta...
Y creo que tienen razón. Cuando estoy con alguien, crezco o disminuyo, según cómo me haga sentir ese alguien, y yo a mi vez, puedo invitar a ese alguien a vivir o morir simplemente por el hecho de existir en su presencia, de pasear o de dejarle sólo, de tenderle mi mano o no tendérsela, de abrirle mi corazón o mantenerlo cerrado.
Se ha comparado a La Humanidad con una tela de araña. "Al movernos por el mundo y actuar, quizá, con bondad, o bien con indiferencia u hostilidad, hacia las personas que encontramos, estamos haciendo temblar la gran tela de araña. La vida que yo toco para bien o para mal tocará otra vida, y ésta, a su vez, otra, hasta que, quién sabe dónde, el temblor se pare, o mi toque, quién sabe en qué remoto lugar, se sienta...