El verdadero jardinero no cultiva plantas, cultiva el suelo. Se mete en la tierra y deja lo que está en la superficie para nosotros, papamoscas inútiles. Vive sepultado bajo tierra y hace su monumento en un montón de estiércol. Si llegase al Jardín del Edén, olfatearía extasiado y exclamaría: " ¡Dios mío! ¡Qué humus!"