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Era abril de 1972 cuando un
joven realizador de televisión lograba estrenar, después de muchas preocupaciones, un programa tremendamente ambicioso. Su padre, el reputado Narciso Ibáñez Menta, le había recomendado que abandonara aquella empresa inútil. Le metieron tanto miedo en el cuerpo que en la primera edición de Un, dos, tres, responda otra vez el nombre “Narciso Ibáñez Serrador” se mantuvo en la
sombra, como si el programa no tuviera director. Sin embargo, el éxito fue tal que su firma
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