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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

Quien pase sus días y sus noches en sintonía con el tiempo de sus cuerpo, hará su vida más fácil, pero a menudo no sabemos cuándo son nuestras horas fuertes y nuestras horas débiles.

EN China hace tiempo que se sabe lo estrecha que es la relación existente entre la vivencia del tiempo y el modo en que nos movemos. El maestro Yan Chengfu, fallecido en 1936, transmitió este conocimiento a sus alumnos en sus normas básicas clásicas del Tai-Chi con el consejo: "Busca la calma en el movimiento y el movimiento en la calma".

Se ha dicho que mediante el movimiento podemos manipular la sensación de tiempo. Pero ¿cómo?. Primero hemos de observar cómo se origina realmente en nosotros el sentido del transcurrir de los segundos. El reloj corporal, por importante que sea para el ciclo diario del organismo, no puede ser el responsable de ello. Nos guía durante el día, pero no podemos leer la hora que marca; debe existir por lo tanto, un segundo mecanismo para medir tiempos más breves. Pero esta sensación también debe surgir del cuerpo, de lo contrario no podríamos modificarla tan fácilmente mediante el movimiento. La ciencia hubo de esperar más de 150 años para entender la relación.

Durante mucho tiempo los científicos no se pudieron creer que las personas estuviésemos equipadas con sensores para el frío y el calor, para los colores, para el gusto, y el olfato, y que no tuviésemos ningún sentido precisamente para el tiempo. Si embargo, no parecía existir ningún órgano para ello en el cuerpo. A los científicos se les ocurrieron las ideas mas más desbaratadas sobre dónde buscar un reloj central para los segundos y los minutos.

El físico vienés Ernst Mach, pensaba, por ejemplo, que llevábamos un cronómetro biológico escondido en los oídos. ¿Cómo sino podía surgir un sentido del ritmo al escuchar la música?, se preguntaba.

Mach no estaba loco, y llegó a conclusiones importantes acerca del sonido, el sentido del equilibrio y las características del espacio. Sin embargo, no pudo aportar pruebas de su especulación sobre el reloj de los oídos y tuvo que dejarse reprochar que los sordos no sienten el tiempo de manera diferente a como lo sienten los demás...

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Esto fue en el año 1865. Tres años después, Karl von Vierordt, un fisiólogo de Tübingen, al que también le debemos la primera tonometría, tuvo una idea fecunda: aunque no conozcamos la zona con la que nuestro organismo mide el tiempo, quizá sí podamos averiguar cómo lo hace. El propio Vierordt se puso a experimentar. Le dió a un asistente un cronómetro y un gong para que los sujetara con la mano. Debía dar dos golpes sin desvelarle a su jefe cuánto tiempo había transcurrido entre ambos tonos...

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Vierordt intentó imitar este período con la máxima precisión posible dejándose llevar únicamente por su sensación, y de este modo averiguó que producimos los lapsos de tiempo de hasta tres segundos con más lentitud que los lapsos más extensos, que reproducimos más deprisa; como si el tiempo breve se extendiera en la memoria y el tiempo largo se comprimiera...