Sobre los paúles de Florida, donde vive nuestra amiga Española Antigua, un día de verano del siglo pasado, un deslumbrante cúmulo blanco se alzaba, como un adorno de nata, en un cielo azul intenso. Un Douglas DC-6, convertido en complejo laboratorio volante, embestía la parte superior de la nube, a unos 6.400 metros de altura, cabalgando sobre las turbulentas corrientes de aire como un Ford modelo T por las asperezas de un camino rural. La directora del Laboratorio de Metereología Experimental de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica ordenó que se oprimiera un botón en un tablero de instrumentos y, de bastidores situados bajo las puntas de las alas del avión, se desprendieron bengalas llenas de yoduro de plata al interior de la nube, que inundaron ésta con humo que contenía billones de cristales microscópicos...