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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ¡Vete de aquí, malvado! No quiero verte, no te necesito,...

¡Vete de aquí, malvado! No quiero verte, no te necesito, te odio.
Ramonciño corrió despavorido hacia los corredores del palacio dejando una huella de sangre por el camino, mientras lloraba y bendecía a su amado príncipe. El rey que pasaba por allí le preguntó:
- ¿Qué te ocurre, muchacho?
- Nada, Su Majestad, me caí y golpeé mi pierna contra el marco de la habitación.
- Ve a que te curen y luego cuida de mi hijo, mi reina y yo saldremos un tiempo de viaje por otros reinos, tenemos negocios previstos y también encontrar alguna bella princesa para casar a nuestro terrible Otorrinco y consolidar y acrecentar el reino. Ah y no olvides, que mientras estemos de viaje, Su Majestad, el príncipe, cumplirá mis funciones, luego de cumplir su castigo, claro.
- Sí Su Majestad, así lo haré, cuidaré de vuestro hijo y lo defenderé con mi propia vida si es necesario.
- Perfecto, veo que has entendido.
Otorrinco había escuchado detrás de la puerta y no salía de su asombro por la inesperada contestación de Ramonciño.
- ¿Por qué habría hecho eso? ¿Por qué me defiende? Yo soy cruel y lo destrozaría en mil pedazos.
Luego de su extraña experiencia con su criado, Otorrinco se tiró en la cama y se durmió placidamente. Ramonciño, después de curar su pierna, se dirigió a la habitación del príncipe y al ver que dormía, se retiró, no sin antes cubrir su cuerpo con las mantas de pieles y sedas. El criado que no había descansado durante todo el día, se dirigió a su habitación, allí su madre, una de las cocineras del palacio, lo abrazó y besó un montón de veces.
- Hijo mío, cómo me gustaría que no trabajaras tanto.
- Pero madre, yo no me quejo, tú sí que trabajas y trabajas y todavía te queda tiempo para mimarme un poco – dijo el muchacho – mientras abrazaba a su madre. – Te contaré algo...
- ¡Cuenta, cuenta, mi amor!
- ¿Sabes madre? El príncipe está muy solo y se ha vuelto malo y cruel, no quiere a nadie.
- Mira Ramonciño, cuando no tienes amor aquí, mira – dijo la madre – mientras colocaba su mano derecha sobre el corazón del Ramonciño, la vida se vuelve cruel y dolorosa. Sus padres no lo atienden, el quiere muchas veces oír alguna palabra de cariño y sin embargo, sólo escucha reglas y disciplinas, así es un poco la educación de los futuros reyes. Pero ahora hijo, debes descansar, mañana será otro día de trabajo.
Ramonciño, cerró los ojos y pensó:
- ¡Qué duro es ser rey!, prefiero ser un criado y tener a mi madre muy cerca.
Las horas fueron pasando y la mañana llegó vestida de primavera, los céspedes que rodeaban el palacio, estaban más verdes que nunca, pero el príncipe seguía en su cama dorada, su habitación estaba colmada de juegos, vestidos y trajes con galones dorados y muchos, muchos zapatos y botas.
En las calles, los campesinos se fueron agolpando a las puertas del palacio, exigiendo alimento y abrigo para sus hijos. Al escuchar aquellos lamentos y gritos, el indiferente príncipe, se incorporó y miró por la ventana...
Eran demasiado, el pueblo entero rodeaba el palacio, clamaban justicia, algunos traían palos y guadañas y esta vez querían que el rey los atendiera.
Otorrinco, corrió despavorido, sentía miedo, jamás había visto algo así – nos matarán – pensó.
Sus padres no estaban y por lo tanto, él debía encargarse de atenderlos. Uno de ellos traía un papel y pretendió entrar al palacio para pedirle al rey que lo firmara. Pero los guardias se opusieron. Otorrinco, avisó a sus criados que recibieran ese papel y se lo entregaran inmediatamente, pero cuando lo tuvo en sus manos, se desesperó, no sabía leer y esto era grave y urgente. Caminó y caminó por los corredores del palacio y decidió ir en busca de su espada, una espada que su abuelo, el rey Felipe, le había legado con el fin de usarla en alguna situación desesperada.
- Con esta espada, nadie se atreverá a atacarme. Cortaré sus gargantas si es preciso – dijo mientras Ramonciño temblaba de miedo.
- Mi Señor, baja tu espada, son sólo campesinos que necesitan tu ayuda, no pretenden matarte.
- ¡Qué sabes tú, ignorante criado! En el papel dice que van a matarme, por lo tanto debo impedirlo.
- Señor, el papel sólo tiene un pedido de ayuda, nada más.