¿Cómo lo sabes? Perdón, Su Señoría, acabo de leerlo.
Otorrinco, moría de vergüenza por lo sucedido, pero aún así, armó a su ejército y con su espada brillante y gloriosa, ordenó que abrieran las puertas del palacio, disponiéndose a atacar a los pobres campesinos hambrientos.
- Su Señoría lo matarán por eso, espere, yo les hablaré. ¡Cálmese!
- Tengo un ejército entero, ¿acaso no ves que soy fuerte y mi espada atravesará el corazón de muchos?. – dijo Otorrinco – quien montó su bello caballo negro, elevó su espada al cielo, la besó y se detuvo frente a su pueblo.
Los campesinos cayeron de rodillas ante él, gritando:
- ¡Viva el rey! ¡Viva! ¡Larga vida al rey!
Otorrinco no salía de su asombro – yo vine a luchar – dijo - y sólo encuentro sumisión, ¿qué pretenden de mí?
Uno de ellos se acercó humildemente y le dijo:
- Queremos ser escuchados y tú Majestad, nos has abierto las puertas, tú sí que quieres a tu pueblo y en ese caso, te defenderemos con nuestra vida si es necesario.
- Pero yo...
- Estamos seguros que tú sabrás dar trabajo digno a tus fieles, y serás el rey generoso que hemos esperado durante mucho tiempo.
- Pero yo...
Tú, Majestad, guarda en tu corazón el amor que sentimos por vuestra figura.
- Pero yo...
Los pueblerinos, alabaron al príncipe y le juraron su lealtad. Al ver semejante cosa, Otorrinco sintió en su pecho una fuerte caricia y levantando su espada, juró:
- Os prometo, pueblo mío, que jamás permitiré que os esclavicen, ni tampoco os obliguen a caminar detrás del rey, desde hoy vosotros y yo seremos una sola nación. Defenderé con mi espada a todos y a cada uno de ustedes, mi pueblo.
Los campesinos, vibraron de algarabía y levantaron sus palos y guadañas en vivas permanentes. Luego se retiraron a sus casas, satisfechos de aquel encuentro.
Otorrinco, bajó de su caballo y algo cansado se retiró a sus aposentos. Se tiró en su cama de oro y observando el techo, pensó:
- ¡Dios mío! ¿Cómo ha podido mi padre, tener tanto oro, mientras su pueblo moría de hambre? ¿Cómo pude no ver lo que sucedía?
Ramonciño, golpeó tímidamente la habitación del indiferente príncipe, ahora convertido en rey, allí junto a la ventana, permanecía en silencio con el rostro preocupado y algo ansioso.
- Ramonciño, entra, entra. Quiero que quites esta cama, no me la merezco.
- Pero Su Señoría...
- Sin peros, es una orden, también recoge mis juegos que son demasiados y repártelos a mi pueblo, derrite el oro de mi cama y todo lo que encuentres de este metal y abriga y alimenta a todos los campesinos.
- Su Señoría, me parece muy bueno todo eso, ¿Pero y el rey qué dirá cuando lo sepa?
- Ya nada importa, amigo mío, mi padres no calentaron mi corazón como mi pueblo lo hizo y ahora yo soy el rey...
Otorrinco, moría de vergüenza por lo sucedido, pero aún así, armó a su ejército y con su espada brillante y gloriosa, ordenó que abrieran las puertas del palacio, disponiéndose a atacar a los pobres campesinos hambrientos.
- Su Señoría lo matarán por eso, espere, yo les hablaré. ¡Cálmese!
- Tengo un ejército entero, ¿acaso no ves que soy fuerte y mi espada atravesará el corazón de muchos?. – dijo Otorrinco – quien montó su bello caballo negro, elevó su espada al cielo, la besó y se detuvo frente a su pueblo.
Los campesinos cayeron de rodillas ante él, gritando:
- ¡Viva el rey! ¡Viva! ¡Larga vida al rey!
Otorrinco no salía de su asombro – yo vine a luchar – dijo - y sólo encuentro sumisión, ¿qué pretenden de mí?
Uno de ellos se acercó humildemente y le dijo:
- Queremos ser escuchados y tú Majestad, nos has abierto las puertas, tú sí que quieres a tu pueblo y en ese caso, te defenderemos con nuestra vida si es necesario.
- Pero yo...
- Estamos seguros que tú sabrás dar trabajo digno a tus fieles, y serás el rey generoso que hemos esperado durante mucho tiempo.
- Pero yo...
Tú, Majestad, guarda en tu corazón el amor que sentimos por vuestra figura.
- Pero yo...
Los pueblerinos, alabaron al príncipe y le juraron su lealtad. Al ver semejante cosa, Otorrinco sintió en su pecho una fuerte caricia y levantando su espada, juró:
- Os prometo, pueblo mío, que jamás permitiré que os esclavicen, ni tampoco os obliguen a caminar detrás del rey, desde hoy vosotros y yo seremos una sola nación. Defenderé con mi espada a todos y a cada uno de ustedes, mi pueblo.
Los campesinos, vibraron de algarabía y levantaron sus palos y guadañas en vivas permanentes. Luego se retiraron a sus casas, satisfechos de aquel encuentro.
Otorrinco, bajó de su caballo y algo cansado se retiró a sus aposentos. Se tiró en su cama de oro y observando el techo, pensó:
- ¡Dios mío! ¿Cómo ha podido mi padre, tener tanto oro, mientras su pueblo moría de hambre? ¿Cómo pude no ver lo que sucedía?
Ramonciño, golpeó tímidamente la habitación del indiferente príncipe, ahora convertido en rey, allí junto a la ventana, permanecía en silencio con el rostro preocupado y algo ansioso.
- Ramonciño, entra, entra. Quiero que quites esta cama, no me la merezco.
- Pero Su Señoría...
- Sin peros, es una orden, también recoge mis juegos que son demasiados y repártelos a mi pueblo, derrite el oro de mi cama y todo lo que encuentres de este metal y abriga y alimenta a todos los campesinos.
- Su Señoría, me parece muy bueno todo eso, ¿Pero y el rey qué dirá cuando lo sepa?
- Ya nada importa, amigo mío, mi padres no calentaron mi corazón como mi pueblo lo hizo y ahora yo soy el rey...