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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: El rey indiferente ...

El rey indiferente
5

Los ojos de la joven se iluminaron y corrieron lágrimas por sus mejillas.
- ¿Por qué lloras, acaso no te gustaría ser reina, mi señora?
- Creo Su Majestad que es demasiado para una pobre campesina como yo.
- Te dije que no eres pobre y basta ya de tantos titubeos, mañana temprano iré a visitar a tus padres y pediré tu mano, ahora Ramonciño, te llevará hasta tu casa.
- Dejadme Señor obsequiarte estas flores frescas que recogí en el campo, es demasiado poco para Su Majestad, pero es todo lo que poseo.
- ¿Sabes una cosa? Tus flores son magníficas, yo nunca tuve alguien que me obsequiara flores, gracias y perdonad señora, mi desprecio aquel día de fiesta.
- Nada debo perdonar, Su majestad, vuestro corazón es grande y valiente.
El rey besó su mano y la joven se marchó.
La mañana se colmó de sol y alegría, mientras Ottorrinco montaba airoso su caballo y bajaba al pueblo a pedir la mano de la hermosa joven, sus padres iban llegando al palacio con la elegante y bella princesa que formaría parte del reino, lejos estaban de pensar lo que su hijo tramaba. Descendieron del hermoso carruaje tirado por seis caballos blancos y adornados con galones dorados. Nadie salió a recibir a los reyes, había un silencio profundo.
El rey indignado golpeó con su bastón el piso y llamó a los criados.
- ¿Acaso no veis que los reyes han llegado?
- Es que el rey aún no llega, Su Majestad.
- ¿Qué decís?
- El rey Ottorrinco, Su majestad, ha ido a pedir la mano de la que será su esposa.
_ No puedo admitir semejante atropello. El rey único y poderoso soy yo, vosotros lo sabeis.
- Cálmate querido – dijo la reina – debe ser una equivocación.
Por el polvoriento camino el caballo de Ottorrinco cabalgaba con todas sus fuerzas hasta llegar a la humilde vivienda de los campesinos.
Inés, la madre de la joven que horneaba pan, se asomó por la ventana ante el barullo de los campesinos y allí pudo distinguir al gallardo rey Ottorrinco descendiendo de su caballo y dirigirse hacia su puerta.
Inés y Leoncio se sorprendieron por la presencia en su hunilde vivienda de aquel rey magnífico y grandioso ¿qué lo traería hacia aquí?
Abrieron presurosos la puerta y temblando de miedo, cayeron de rodillas ante él.
- Levantaros, por favor, he venido humildemente a solicitar la mano de vuestra hija, la joven de cabellos rizados y negros, ojos azules, mirada de ángel y una sonrisa en sus labios, cuyo nombre aún no conozco.
- Su nombre es Candela, es la hija más buena y dedicada que padres puedan tener. Su majestad nos honra mucho con semejante pedido, pero nuestra hija no pertenece a la nobleza y quizá vuestra Majestad habéis equivocado el camino.
- Callaos ya, es un mandato, vuestra hija será la reina de este pueblo y la más querida por todos, os lo prometo, también vosotros pasaréis a vivir en el palacio, puesto que seréis los padres de mi esposa y reina, ahora os lo suplico, dadme la oportunidad de hacer de vuestra hija la mujer más feliz del universo.
- Pero Su Majestad...
- Sin peros... ¿Aceptáis, verdad?
- Si nuestra hija lo desea también, que así sea Su majestad.
Ottorrinco se arrodilló a los pies de aquellos campesinos asombrados por el insólito pedido del rey, beso la mano de Inés y saludó con una reverencia a Leoncio y con cara de felicidad se retiró, montó su airoso caballo y corrió al palacio.
Al llegar, los guardias lo esperaban ansiosos para comentarle la llegada del rey padre, la reina y la joven princesa bella, rubia y cargada de finas joyas. Ottorrinco corrió a su encuentro, se arrodilló ante ellos y exclamó:
- ¡Por fin, padres míos, soy el rey más feliz del mundo!
- ¿Pero si aún no te he coronado?
- Me coronó y ovacionó nuestro pueblo entero y eso es lo que vale. Padres míos, os adoro, pero ahora yo soy el rey y voy a casarme con la mujer más hermosa y tierna que existe en el mundo entero. En cuanto a la princesa que habéis traído - Ottorrinco hizo una formal reverencia a la bella joven - para casarme con ella, devolvedla a vuestros padres y decidles que Ottorrinco no desea princesas adornadas en oro, que admira solamente aquella mujer que sepa calentar su corazón, vista de oro su alma y que sea adorada y respetada por su pueblo por su grandiosa sencillez.
Dichas estas palabras el Rey comprendió entonces que había cometido muchos errores con su hijo, creyó que era un muchacho insensible y arrogante, haragán, perezoso e indiferente, pero no era así, jamás le tendió su mano para llevarlo consigo a sus cacerías, tampoco encontró tiempo para jugar con él. Miró a su esposa que también mostraba un rostro preocupado, se colocó frente a su hijo y le dijo:
- Hijo mío, mi rey ¿Acaso eres capaz de perdonarme?
- Nada debo perdonar padre mío, también yo he sido culpable por
no haber insistido para que me escucharas.
- Ante tus palabras, me siento conmovido, orgulloso, regresaré al reino de Gioconda, la princesa que traía para ti y pediré las disculpas del caso ante sus padres. Con gesto arrogante e indiferente, la princesa bajó rápidamente las escalinatas del palacio y con la ayuda del cochero, esperó algo indignada, la vuelta a su palacio.
- A mi regreso yo mismo colocaré tu corona y desde ya te declaro mi auténtico sucesor, el trono te pertenece y espero que todo el pueblo sepa perdonar mis graves errores.
- Gracias padre, te prometo que haré de este pueblo el más próspero y feliz. Ottorrinco se arrodilló ante sus padres, levantó su espada en alto y juró fidelidad a sus padres, y a su pueblo, mientras miles de personas lo aclamaban enardecidos.
Las campanas redoblaron y redoblaron anunciando al verdadero y joven rey.

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