Desde el momento en que nuestros hijos nacen, los padres hemos (y no siempre se hace) de aceptar el simple hecho de que un niño es un niño, un ser humano en formación, con mucho que aprender y un largo recorrido por delante.
La personalidad del niño es producto de un crecimiento lento y gradual. Se sienta antes de ponerse en pie, balbucea antes de hablar, dice NO antes de decir que SÍ, es egoísta antes de ser altruísta, depende de otros antes de depender de sí mismo. Todas sus habilidades están sujetas a la ley del desarrollo, y nada que podamos hacer los padres servirá para que el hijo logre un fin si aún no está maduro para alcanzarlo.
La personalidad del niño es producto de un crecimiento lento y gradual. Se sienta antes de ponerse en pie, balbucea antes de hablar, dice NO antes de decir que SÍ, es egoísta antes de ser altruísta, depende de otros antes de depender de sí mismo. Todas sus habilidades están sujetas a la ley del desarrollo, y nada que podamos hacer los padres servirá para que el hijo logre un fin si aún no está maduro para alcanzarlo.