Ningún grado de conocimiento o sabiduría de parte de nosotros, los padres, puede garantizar que nuestros hijos se hagan hombres de bien, pero un niño tiene muchas menos probabilidades de equivocar el camino si su padre y su madre se deleitan en vivir con él, si son lo bastante enérgicos para exigirle que adopte unas normas de comportamiento que llamamos disciplina, y si lo consideramos un ser humano como nosotros mismos: débiles y llenos de defectos, pero impulsados de vez en cuando por unos ideales tan grandes que ninguna palabra los puede describir.