Señora bonita, hay algo en su boca,
tiene algo su cuerpo que al verla
que cruza amor me provoca.
Señora bonita usted me castiga
y aunque no me quiera le digo mil veces
que Dios la bendiga.
Señora bonita, su cara es dulzura,
mis brazos le ofrecen del discreto instante
de una aventura.
Señora bonita yo siempre la sueño
mire qué ironía yo amándola tanto
y usted tiene dueño.
tiene algo su cuerpo que al verla
que cruza amor me provoca.
Señora bonita usted me castiga
y aunque no me quiera le digo mil veces
que Dios la bendiga.
Señora bonita, su cara es dulzura,
mis brazos le ofrecen del discreto instante
de una aventura.
Señora bonita yo siempre la sueño
mire qué ironía yo amándola tanto
y usted tiene dueño.
Buenas tardes Castilleja. ¿Que le has hecho a Ana por el Facebook que ya no ha vuelto a escribir por aquí? ¿Ya le has hecho descubrir esos juegos con los que de vez en cuando te entretienes, o esos no están en Facebook? Mi suegro juega al ajedrez y al solitario y se enfada porque dice que siempre le gana el ordenador. Jajajajajaja
Para que te entretengas leyendo poesías, aquí te dejo esta a ver si te gusta.
OCEÁNIDA
El mar, lleno de urgencias masculinas,
bramaba alrededor de tu cintura,
y como un brazo colosal, la oscura
ribera te amparaba. En tus retinas,
y en tus cabellos, y en tu astral blancura,
rieló con decadencias opalinas
esa luz de ls tardes mortecinas
que en el agua pacífica perdura.
Palpitando a los ritmos de tu seno,
hinchóse en una ola el mar sereno;
para hundirte en sus vértigos felinos
su voz te dijo una caricia vaga,
y al penetrar entre tus muslos finos,
la onda se aguzó como una daga.
Leopoldo Lugones
1874-1938
Para que te entretengas leyendo poesías, aquí te dejo esta a ver si te gusta.
OCEÁNIDA
El mar, lleno de urgencias masculinas,
bramaba alrededor de tu cintura,
y como un brazo colosal, la oscura
ribera te amparaba. En tus retinas,
y en tus cabellos, y en tu astral blancura,
rieló con decadencias opalinas
esa luz de ls tardes mortecinas
que en el agua pacífica perdura.
Palpitando a los ritmos de tu seno,
hinchóse en una ola el mar sereno;
para hundirte en sus vértigos felinos
su voz te dijo una caricia vaga,
y al penetrar entre tus muslos finos,
la onda se aguzó como una daga.
Leopoldo Lugones
1874-1938