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A los dos lados del tortuoso
sendero por el que paseaba erguían sus copas de perfecta simetría el magnífico
pino de cinco agujas, y tronco tan dercho como un mástil; el añoso enebro de nudosas ramas fantásticamente retorcidas por seculares vientos invernales y, en fin, el arce de hojas delicadamente veteadas que empezaban a teñirse de rojo y oro...