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2. Mis padecimientos no los conocía nadie sino tú, pues era bien poco lo que mi lengua hacía llegar al oído de mis más íntimos amigos. ¿Cómo podían ellos sospechar nada del tumulto de mi alma, si para describirlo no me hubiera bastado ni el tiempo ni las palabras? Pero a tu oído llegaba todo cuanto rugía en mi corazón adolorido; ante ti estaba patente el anhelo de mi alma y no estaba conmigo la luz de mis ojos (Sal 37, 11). Porque esa luz la tenía yo por dentro y yo andaba por afuera. Ella no estaba en lugar, pero yo no atendía sino a las cosas localizadas y en ellas no encontraba sitio de reposo. Ninguna de ellas me recibía en forma tal que yo dijera "aquí estoy bien y contento", pero tampoco me dejaba volver a donde realmente pudiera estar bien. Yo era superior a ellas e inferior a ti. Si yo aceptaba serte sumiso, tú eras para mí la verdadera alegría y sometías a mí las criaturas inferiores...
2. Mis padecimientos no los conocía nadie sino tú, pues era bien poco lo que mi lengua hacía llegar al oído de mis más íntimos amigos. ¿Cómo podían ellos sospechar nada del tumulto de mi alma, si para describirlo no me hubiera bastado ni el tiempo ni las palabras? Pero a tu oído llegaba todo cuanto rugía en mi corazón adolorido; ante ti estaba patente el anhelo de mi alma y no estaba conmigo la luz de mis ojos (Sal 37, 11). Porque esa luz la tenía yo por dentro y yo andaba por afuera. Ella no estaba en lugar, pero yo no atendía sino a las cosas localizadas y en ellas no encontraba sitio de reposo. Ninguna de ellas me recibía en forma tal que yo dijera "aquí estoy bien y contento", pero tampoco me dejaba volver a donde realmente pudiera estar bien. Yo era superior a ellas e inferior a ti. Si yo aceptaba serte sumiso, tú eras para mí la verdadera alegría y sometías a mí las criaturas inferiores...