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Ya veréis, sanas y respetables señoras, que hay algo mejor que el arsénico y
el hierro, para encender la púrpura de las lindas mejillas virginales; y, que es preciso abrir la
puerta de su jaula a vuestras avecitas encantadoras, sobre todo, cuando llega el tiempo de la
primavera y hay ardor en las venas y en las savias, y mil átomos de sol abejean en los
jardines, como un enjambre de oro sobre las rosas entreabiertas...