ALGUNOS SE QUEJAN DE SU MALA MEMORIA, y no piensan en que si nos lo propusiéramos, muchos podríamos igualar estas asombrosas hazañas.
Cuentan que, en la escuela donde estudiaba el protagonista de esta historía, que tenía nueve años de edad, se organizaban concursos semanales de memorización de pasajes bíblicos. El chaval no daba mayor importancia a estos concursos, pero como su profesor se pareciese mucho a Don Lino, maestro que fue de Alconchel, un día que ya estaba cansado del desinterés del chaval, lo llamó a su lado, le hizo poner la palma de la mano hacia arriba, a la altura del pecho, y con una "palmeta" de madera, expresamente dispuesta para estos casos, le dió tal palmetazo que el muchacho pensó en memorizar todo y más de lo que el maestro le mandase; sobre todo memorizaría dos cosas: el daño que producía un "palmetazo" dado con mala leche, y las carcajadas que el tal "palmetazo" produjo en los compañeros de clase mientras él con la cara más colorada que un pimiento morrón y la barbilla tocándole el pecho, volvía de nuevo " a su sitio"...
Cuentan que, en la escuela donde estudiaba el protagonista de esta historía, que tenía nueve años de edad, se organizaban concursos semanales de memorización de pasajes bíblicos. El chaval no daba mayor importancia a estos concursos, pero como su profesor se pareciese mucho a Don Lino, maestro que fue de Alconchel, un día que ya estaba cansado del desinterés del chaval, lo llamó a su lado, le hizo poner la palma de la mano hacia arriba, a la altura del pecho, y con una "palmeta" de madera, expresamente dispuesta para estos casos, le dió tal palmetazo que el muchacho pensó en memorizar todo y más de lo que el maestro le mandase; sobre todo memorizaría dos cosas: el daño que producía un "palmetazo" dado con mala leche, y las carcajadas que el tal "palmetazo" produjo en los compañeros de clase mientras él con la cara más colorada que un pimiento morrón y la barbilla tocándole el pecho, volvía de nuevo " a su sitio"...