¿tienes una panaderĂ­a?

ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

Esto es lo que escribió este periodísta hace unos días en LA GACETA INT hace unos días, y yo quiero compartirlo con vosotros.

"LA INFLACIÓN DE LA TORRIJA. Javier Quero.

No es una deconstrucción de masa horneada bañada en emulsión láctea y templada en aceite sobre cama de canela...

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Toda fiesta tiene un dulce conmemorativo. Con algunas variaciones, dependiendo de la región española, cada fecha roja del calendario está relacionada con algún producto repostero. Los buñuelos se despachan por Todos los Santos, el roscón triunfa al llegar el día de Reyes y las torrijas y monas de Pascua se imponen en Semana Santa. Confieso mi pasión por las torrijas. La sencillez de su elaboración y la humildad de sus ingredientes sublima su resultado en el paladar. Sencillamente exquisitas. Las que más me gustan son las que hacía mi madre, como supongo que les pasará a ustedes. Me refiero a que les gustarán las que hacían sus señoras madres, no la mía...

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Esta semana salí de casa en busca de torrijas. En un establecimiento de esos que presumen de haber bajado los precios las encontré por casi seis euros la unidad. Cobrar ese capital por una rebanada de pan duro mojada en leche y frita se me antoja delito punible. El shock producido por el letrero que señalaba el importe me dejó absorto en el intento de averiguar a qué podría deberse que se llegue a cobrar mil pesetas por una torrija. Disculpen, pero cuando pienso lo sigo haciendo en pesetas...

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Antes de nada, he de aclararles que la torrija era una torrija. No se trataba de una deconstrucción de masa horneada bañada en emulsión láctea y templada en aceite de oliva sobre cama de azúcar y canela. Al fin y al cabo, eso seguiría siendo una torrija, pero denominada acorde con los cánones de la cocina de vanguardia, lo cual habría justificado su precio disparatado. Pero no era el caso. Ya digo. La torrija de la que les hablo era una torrija de las de toda la vida...

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Me quedé mirando fijamente el expositor como si su simple contemplación pudiera revelarme mágicamente qué extraño efecto había obrado en el obrador para que mi ansiado postre desorbitara así su precio. Por la cabeza me pasaron diversas posibilidades. La primera, si se debería al incremento del IVA o si, incluso, Cristóbal Montoro habría establecido un nuevo impuesto especial para gravar a las torrijas añadido a la carga impositiva ya ejercida sobre este producto...

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Deseché la hipótesis al advertir que en los últimos días el PSOE no ha solicitado la consideración de la torrija como derecho fundamental de los trabajadores. Consideré entonces la opción de que la torrija se revalorizara a consecuencia de las declaraciones de algún preboste europeo de los que cada vez que hablan sube el pan. Era la explicación más verosímil, unida a las evoluciones de los mercados financieros y la subida de la prima de riesgo que podría provocar una inflación de la torrija que desembocara en breve plazo en un contagio en el precio de los cruasanes...

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La dependienta me sacó de golpe de mis reflexiones preguntándome qué quería. Mi respuesta fue inmediata. “Usted lo ha dicho, señorita: quería. Quería una torrija, pero ya no la quiero. Y le voy a decir por qué”. Entonces le expliqué que mi cambio de opinión se debía a un estricto cumplimiento de las leyes del mercado y especialmente de la principal de ellas, la de la oferta y la demanda. Yo me quedo sin torrija y usted sin mis seis euros. Lejos de amilanarse, la empleada preguntó al vacío: “ ¿El siguiente?”...

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Una mujer respondió pidiendo media docena de torrijas, la muy insolidaria, haciendo caso omiso a mi advertencia sobre los perniciosos efectos que la burbuja torrijera podía producir en el consumo. En los próximos días elevaré una queja a Bruselas, recurriré ante el Constitucional y haré escrache frente a la casa de esa mujer, una odiosa capitalista, a la que sólo deseo que le hayan sentado mal las torrijas."