ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

MI VECINO RADILOV. Relatos de un cazador. (Turgueniev)

Suelen las chochas en otoño posarse en los viejos planteles de tilos. Abundan bastante en el gobierno de Orlov esos planteles. Al elegir nuestros abuelos solar para su residencia dejaban infaliblemente dos "desiatinas" de buen terreno para jardín de frutales, con alamedas de tilos...

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A los cincuenta y a veces a los sesenta años, aquellas mansiones, "nido de nobles", habían ya casi desaparecido del haz de la tierra; las casas se derrumbaban o alabeaban; las dependencias de piedra habíanse convertido en montones de escombros; los pomares secáranse y cortáranlos para leña, y los cercados y setos dejaban de existir...

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Solamente los tilos seguían tan lozanos como antes, y, rodeados de campos yermos, hablábanle a nuestra atolondrada generación de sus "padres y hermanos que descansan bajo tierra". Hermoso árbol..., como una cara antigua. Incluso la crueldad de "mujik" ruso lo respeta. Sus menudas hojas, sus poderosas ramas ampliamente se extienden en todas direcciones, coronando la sombra bajo ellas...

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Una vez, vagabundeando con Yermolai por los campos en busca de perdices, hube de ver a un lado un abandonado jardín, y enderecé hacia allí mis pasos. No había hecho más que entrar en la espesura, cuando una chocha levantó ruidosamente el vuelo encima de un arbolillo. Disparé, y en aquel momento, a unos pasos de mí, oyóse un grito; la asustada cara de una muchachita asomó por entre los árboles y en seguida se escondió. Yermolai vino hacia mí corriendo.
-No tire usted; aquí vive el propietario...

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No había tenido tiempo aún de contestarle, ni tampoco tuviéralo mi perra de traerme con noble gravedad la pieza cobrada, cuando dejáronse oír unos pasos precipitados, y un hombre de corpulenta estatura, con bigotes, salió de entre la maleza y con aspecto malhumorado quedóse plantado ante mí. Disculpéme yo como pude, díjele mi nombre y ofrecíle la pieza cobrada en sus dominios...

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-Perdone usted -medijo, sonriendo-; sólo aceptaré su presa con una condición: que se ha de quedar usted a comer con nosotros.
Confieso que no me hizo mucha gracia su proposición, pero tampoco era posible desairarla.
-Yo soy el dueño de estas tierras y su vecino: Radilov... Puede que le suene mi nombre -continuó mi nuevo amigo-. Hoy es domingo, y tendremos una comida bastante regular, que, de no ser así, no lo invitaría...

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Respondíle yo lo que es de rigor en tales ocasiones y eché a andar detrás de él. El recién barrido caminito no tardó en sacarnos del bosque de tilos, conduciéndonos al huerto. Entre añosos manzanos y crecidos arbustos de frambuesas, destacábanse planteles de coles de un verde pálido; el lúpulo devanaba en espirales altos estambres; oscuros resaltaban en los macizos los morenos tallos enredados de los guisantes; recias y grandes, las calabazas inclinábanse hasta la tierra; los cohombros amarilleaban por debajo de sus polvorientas y angulosas hojas; altas ortigas mecíanse a lo largo del vallado; en dos o tres sitios crecían en montónla madreselva de Tartaria, el saúco, el agavanzo, y restos del antiguo parterre...
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
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Junto a la pequeña alberca, llena de un agua rojiza y lechosa, veíase un pozo, rodeado de charcos. Patos chapoteaban afanosos y renqueaban en ellos; una perra, temblando con todo su cuerpo y guiñando los ojos, roía un hueso en el suelo; una vaca pía pacía allí mismo perezosamente la hierba, abanicándose de cuando en cuando con la cola de sus enjutos lomos. El senderuelo torcía a un lado, y por entre la densa malezay abedules dejósenos ver una vieja casita con techo de tejas y una sinuosa escalinata. ... (ver texto completo)