ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

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RELATOS DE UN CAZADOR. Turgueniev.

Vladimir, con gran gozo de Yermolai, no tieraba nada bien, y a cada tiro que marraba ponía cara de asombro, examinaba el arma y soplaba en ella, recapacitaba y, por último, explicábanos la razón de que hubiera fallado el tiro...

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Yermolai tiraba como siempre, de un modo magistral, y yo... bastante mal, como de costumbre. "Suchok" nos contemplaba con los ojos del hombre sujeto desde chico al servicio de los señores, y de cuando en cuando gritaba: "Eh, ahí va otro pájaro!", y se rascaba la espalda..., no con la mano, sino con un movimiento de hombros...

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El tiempo seguía siendo magnífico; blancas nubes redondas bogaban en el cielo por encima de nosotros, despejándose con toda claridad en el agua; en rededor susurraban los juncos; la albufera, que en algunos sitios parecía de acero, brillaba al sol. Acordamos volvernos a la aldea, y así íbamos ya a hacerlo, cuando de pronto hubo de ocurrirnos un desagradable percance...

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Rato hacía que habíamos podido advertir que poco a poco se nos iba entrando el agua en el esquife. Encargáramos a Vladimir de desalojarla con el cubo que mi previsor compañero quitárale, por si acaso, a una mujer distraída. Y la cosa marchó bien en tanto Vladimir no se distrajo en su tarea...

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Pero al remate de la caza, cuando ya estábamos para despedirnos, empezaron a levantar el vuelo los patos en tan densa bandada, que apenas si nos dio tiempo a cargar las escopetas. Y en el ardor de los tiros, no nos acordamos del estado de nuestro "doshanik", y de repente, por efecto de un brusco movimiento de Yermolai, que fue a coger una pieza cobrada y se echó con todo el cuerpo sobre el borde de la barca, nuestro maltrecho esquife se inclinó, volvó y solemnemente fuese al fondo de la laguna, en un sictio no muy profundo, por suerte...

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Lanzamos un grito, pero ya era tarde, y en un santiamén nos encontramos con el agua hasta el cuello y rodeados por los cadáveres de las aves que habíamos matado.
No puedo yo recordar ahora sin reírme los asustados y lívidos rostros de mis compañeros -tampoco el mío, probablemente, conservaría sus colores; pero confieso que entonces no se me ocurrió ni por lo más remoto reírme...

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Todos nos habíamos puesto la escopeta sobre la cabeza, y también "Suchok", quizá por su hábito de imitar a los señores, había levantado en alto la pértiga. Fue Yermolai el primero en romper el silencio.
- ¡Vaya, te caíste! -refunfuñó, braceando en el agua-. ¡Que bonito! Pero tú, viejo diablo -añadió, encarándose malhumorado, con "Suchok"-, ¡vaya barca tienes!...

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-Sí, mía es la culpa- balbució el anciano.
-Y tú también te las traes -agregó mi cazador, volviendo la cabeza en dirección a Vladimir-. ¿Adónde tenías los ojos? ¿Por qué no seguiste desaguando?...

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Pero Vladimir no estaba en aquel momento para recriminaciones; temblaba como la hoja en un árbol, daba diente con diente y sonreía con inconsciencia absoluta. ¿Qué se había hecho de su elocuenciay de su sentido del decoro y la dignidad personal?...