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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

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El maldito "doshanik" fluctuaba débilmente bajo nuestros pies. En el primer momento antojósenos el agua suammente fría; pero luego nos atemperamos. Pasado el primer susto, giré la vista en torno mío, y a unos diez pasos de distancia se erguía la juncalera; a los lejos, en las alturas, vislumbrábase la orilla." ¡Malo!", me dije...

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-Qué hacemos?- Preguntéle a Yermolai.
-Ya veremos; lo principal es no pasar la noche aquí -respondióme-. pero tú sujeta la escopeta -díjole a Vladimir.
Vladimir disculpóse torpemente.
-Voy a buscar un vado- siguió diciendo Yermolai con una seguridad como si infaliblemente en cada laguna hubiera un vado, y cogiéndole la pértiga a "Suchok", dirigióse a la orilla, sondeando prudentemente el fondo...

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- ¿Sabes nadar? -preguntéle.
-No, no sé -respondióme su voz de entre la juncalera.
-Pues a ver si te ahogas -observó con indiferencia "Suchok", el cual, asustado antes, no por el peligro, sino por temor a nuestra cólera, y ahora ya perfectamente tranquilo, sólo de cuando en cuando se rebullía y no sparceía sentir la menor necesidad de cambiar de posición.
-Y que se ahogaría sin el menor provecho -lastimero añadió Vladimir...

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Tardó Yermolai en volver más de una hora. Y aquella hora pareciónos a nosotros una eternidad. Al principio lo mamábamos y contestaba con muchos bríos; luego empezó a contestar más de tarde en tarde a nuestras voces, y, finalmente, se hizo un silencio absoluto. En la aldea tocaron el Ángelus. Nosotros tampoco hablábamos, y hasta hacíamos por no mirarnos unos a otros. Los patos nos pasaban por encima de nuestras cabezas, y algunos incluso se posaban a nuestro lado; pero de pronto daban un respingo y graznando levantaban el vuelo. Empezábamos a entumecernos; "Suchk" parpadeaba como si fuera a dormir.
Al cabo, con inesperada alegría por nuestra parte, regresó Yermolai.
- ¿Y qué?
-Fui hasta la orilla...., y encontré un vado. Vengan conmigo...

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Queríamos encaminarnos allá enseguida; pero él sacóse primero del bolsillo debajo del agua una cuerda, ató de las patas las piezas cobradas, cogió ambos picos con los dientes y echó a andar por delante. Siguióle Vladimir y yo seguí a éste. "Suchok" cerraba la marcha. De allí a la orilla había unos doscientos pasos. Yermolai marchaba audaz y despreocupadamente -tan bien conocía el camino-, y de cuando en cuando gritaba: " ¡A la izquierda! A la derecha hay una hoya", o: " ¡A la derecha!...! A la izquierda se enreda uno"...

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El agua, a ratos, nos llegaba al cuello, y por dos veces el pobre "Suchok, que era el más bajo de todos nosotros, vaciló y levantó burbujas de agua: " ¡Cuidado, cuidado, cuidado!", gritóle Yermolai. Irguióse "suchok", pataleó, dió un brinco y logró asentarse en un sitio menos profundo; pero ni aun en aquel momento de peligro osó agarrarse a los faldones de mi levitón. Rendidos, sucios, mojados, llegamos por fin a la orilla...

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Dos horas después estábamos todos sentados, enjutos ya hasta donde era posible, en un gran henar, y nos disponíamos a despachar nuestra cena. Negudi, el cochero, un hombre la mar de cazachudo, de pesados andares, formalote y adormilado, estaba en pie junto a la puerta y obsequiaba rumbosamente a "Suchok" con tabaco...

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He observado que los cocheros de Rusia en seguida hacen amistad. "Suchok" sorbía rapé sin interrupción hasta sofocarse; escupía, tosía y daba muestras de gran satisfacción. Vladimir había adoptado una actitud lacia, ladeaba la cabeza y apenas si despegaba los labios. Yermolai frotaba nuestras escopetas. Los perros movían la cola con extraordinaria rapidez, en espera de su bazofia; los caballos piafaban y relinchaban bajo el alero...

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Poníase el sol, y sus últimos rayos extendíanse en anchas fajas puerpúreas; áureas nubes bogaban por el cielo cada vez más menudas, como recién lavados y cardados vellones...
En el caserío sonaban cantos.