ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

¿Por qué no ponernos a leer la Biblia en un lugar como este, donde se respira paz?
A parte de los Testigos de "Jeová", son muy pocas las veces que oímos hablar de la Biblia, y eso que según se dice es un libro de éxito, porque es una obra dramática, patética, misteriosa, iluminadora y, sobre todo, ejemplar.

Este libro de los libros es muy poco leído en los hogares y escasamente enseñado en las escuelas...

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Millones de personas hemos crecido y vivido sin el más leve contacto con este tesoro cultural sobre el que se cimenta una gran parte de nuestra civilización. Estas personas, jamás conoceremos el mandamiento divino: "Abrirás tu mano a tu hermano, al necesitado y al pobre de tu tierra", o aquel otro "No te vengues y no guardes rencor contra los hijos de tu pueblo".

Estoy segura que muchas personas sentirán perplejidad ante pasajes como el de la escala de Jacob, el manto de José, los cabellos de Sansón, el arpa de David, la esposa de Urías o la viña de Nabot; pero probablemente nunca conocerán la espiritualidad que rezuman los Salmos, la sabiduría que se desprende del Eclesiastés o la ardiente moralidad del profeta Isaías...

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Al llegar al capítulo cuarto del Génesis podremos enterarnos o al menos recordar, que Adán y Eva tuvieron un tercer hijo, llamado Set.
Encontraremos en la Biblia la sublime grandeza y el profundo misterio de ciertos pasajes, como el del ángel con la espada de fuego impidiendo la entrada al Paraíso, o el curioso versículo: "Existían entonces los gigantes en la Tierra", o la alusión a "Nemrod, el poderoso cazador"...

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Algunas personas, entre las que me encuentro, consideramos la Biblia como un tesoro recién exhumado, y la leemos con la misma ilusión que si participáramos de un importantísimo hallazgo arqueológico.
La historia del Éxodo, que yo recordaba de mis tiempos infantiles, como una gigantesca superproducción de Hollywood, cobra ahora la forma y dimensión de un drama sicológico. Aquí está Moisés, un hombre tímido, de hablar pausado, impelido a interpretar un papel de héroe que nunca deseó, y a quien las penalidades vigorizaban su carácter, a la par que debilitaban el de sus seguidores, que no tardaron en acusarle de haberles privado de la seguridad que tenía en su cautiverio...

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Al llegar al pasaje de la entrega de la Tablas de la Ley, yo aprovecharía la ocasión para hacer un poco de propaganda en favor de los padres.
¿Por qué creéis -pregunto- que al mandamiento en que se ordena honrar a tu padre y a tu madre se le dio igual importancia que a otros, como el de "No matarás"?

Respuesta sencilla: Porque los padres son los encargados de conservar la civilización del pasado a fin de traspasarla a sus respectivos hijos. Pero si los hijos no respetan a los padres la civilización se estanca y volvemos a los días de las cavernas...

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Cuando llegamos al episodio del Becerro de Oro, podemos leer que Aarón lo había construido valiéndose de herramientas, y que al bajar Moisés de la Montaña Sagrada Aarón se excusó diciendo que él se había limitado a echar el oro en la caldera y que el becerro había salido de ella por sí mismo.
¿No creéis que es una mentira demasiado insolente? ¿Por qué no castigó Dios a Aarón o, por lo menos, le privó de su condición de sumo sacerdote?...

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Podríamos contestar a la pregunta diciendo que lo que Dios deseaba era dar a Aarón una nueva oportunidad, ya que a Moisés, acostumbrado a trabajar con él le resultaba imprescindible.
En el capítulo diecinueve del Levítico nos encontramos con un admirable conjunto de reglas que por sí solas podrían constituir el armazón legislativo de una sociedad civilizada. Los preceptos abarcan desde la utilización de pesas y medidas justas, hasta el conmovedor consejo de que no se debe recoger enteramente el fruto de la tierra, pues hay que dejar algo para que el pobre hambriento pueda hallar en ella algo que comer. Mandamientos todos resumidos en esta frase: " Amarás a tu prójimo como a ti mismo".
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
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Aquí se comprende que Jesús, al proclamar el famoso precepto, se había limitado a citar lo que estaba escrito en las Sagradas Escrituras, ya seculares en aquel tiempo.
Si nos imaginásemos a Cristo leyendo los cinco libros de Moisés bajo una débil lamparilla es posible que esto diese a nuestro espíritu una misteriosa facultad para comprender a Jesús: un ser humano que habla, piensa, come, duerme, y que existió no hace mucho tiempo...