ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

LA PAPISA.

" Las relaciones largas y celosamente encubiertas de Pascualina con el Papa Pío XII la habían obligado a hacer una vida secreta y misteriosa. Incluso después de que ella se instalara en la residencia pontificia del palacio papal para compartirla durante casi veinte años, pocas personas fuera del Papado conocían siquiera la existencia de Pascualina...

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Ahora bien, dentro del Vaticano se la llamaba irreverentemente "la Papisa", una mujer temida y aborrecida a un tiempo por la jerarquía eclesiástica. Aunque su nombre y su presencia permanecían siempre anónimos, lo maravilloso de Pascualina era que ejercía a menudo tanta influencia sobre el Papa como cualquier otra persona del Vaticano, o incluso más. Y la mayor maravilla era que ella no olvidaba nunca dónde estaba su lugar y procuraba ocupar siempre un segundo plano respecto a Pacelli...

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Para Pascualina y muchos millones más que lo veían cual un humano muy próximo a Dios, Pío era lo que debería ser y parecer un Papa. Sus facciones enjutas parecían estar siempre tensas, concentradas, irradiando una profunda espiritualidad. Ella le conocía íntimamente y había aprendido a soportar sus numerosas deficiencias y excentricidades, algunas muy fastidiosas. A veces le encontraba sobremanera humilde; otras, Pío era un monarca absolutista sobre todas las personas y cosas, incluída la Iglesia que él gobernaba como si se tratara de su propio reino...

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Su chovinismo masculino se manifestaba con frecuencia en las manías nimias pero irritantes que suelen caracterizar a los hombres de su naturaleza y alcurnia. Pascualina había detestado su propensión a esperar que las mujeres se mostraran reverenciosas, fregaran e hicieran todas las faenas caseras. Pío tenía sirvientes para esos menesteres -según le recordaba ella-, y no obstante, seguía esperando todo de Pascualina, incluso a su edad avanzada. Daba por descontadas las exquisitas atenciones para satisfacer cada uno de sus caprichos. Y asimismo la solicitud, los mimos cuando las cosas no marchaban bien o cuando se sentía algo indispuesto. Y aquello parecía no tener fin, como tampoco los momentos de desagradecimiento e incluso frialdad, cuando él la apartaba abruptamente de todas sus ocupaciones...

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Sin embargo, continuaba apoyándole impávida, mayormente por consideración a su otra faceta, la del hombre anticuado. Pío había creído siempre con todo su corazón que se debería mantener a las mujeres en una esfera protectora, que los hombres deberían mimarlas, reverenciarlas e incluso favorecerlas. Sin embargo, Pascualina sabía que él la estimaba, y mucho por cierto. Pío podía ser muy afectuoso y simpático; también comprensivo para sus muchas deficiencias, no menos fastidiosas. Además, la había defendido siempre -abogando por ella-, incluso dentro del Vaticano y frente a su Sacro Colegio Cardenalicio...