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En Altamira, cerca de Santillana del Mar, una tarde de verano del año 1879 un aficionado a la arqueología, Marcelino S. de Sautuola, estaba escarbando arrodillado a la entrada de la recién descubierta cueva, en la costa cantábrica, cuando desde las profundidades de una sala le llegó el apagado grito de su hija de nueve años: " ¡Papá, ven enseguida! ¡Toros! ¡Toros!. Acudió con su linterna, y se le erizaron los cabellos al descubrir no toros, sino bisontes prehistóricos, magníficamente pintados con los colores marrón, rojo, amarillo y negro. En realidad, el techo de la sala, de dieciocho metros de largo por nueve de ancho, estaba lleno de estas lanudas bestias...
En Altamira, cerca de Santillana del Mar, una tarde de verano del año 1879 un aficionado a la arqueología, Marcelino S. de Sautuola, estaba escarbando arrodillado a la entrada de la recién descubierta cueva, en la costa cantábrica, cuando desde las profundidades de una sala le llegó el apagado grito de su hija de nueve años: " ¡Papá, ven enseguida! ¡Toros! ¡Toros!. Acudió con su linterna, y se le erizaron los cabellos al descubrir no toros, sino bisontes prehistóricos, magníficamente pintados con los colores marrón, rojo, amarillo y negro. En realidad, el techo de la sala, de dieciocho metros de largo por nueve de ancho, estaba lleno de estas lanudas bestias...