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En su vida normal, la mayoría de la gente se encuentra adecuadamente protegida contra el frío por el mecanismo de regulación térmica de su propio organismo. Pero en casos de urgencia, la salvación dependerá de un rescate a tiempo. Expuesto a un calor extremo, el hombre se desenvolverá, en general, aceptablemente bien. Pero en casos de urgencia la reacción típica es acurrucarse y no hacer nada...
En su vida normal, la mayoría de la gente se encuentra adecuadamente protegida contra el frío por el mecanismo de regulación térmica de su propio organismo. Pero en casos de urgencia, la salvación dependerá de un rescate a tiempo. Expuesto a un calor extremo, el hombre se desenvolverá, en general, aceptablemente bien. Pero en casos de urgencia la reacción típica es acurrucarse y no hacer nada...
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Esta incapacidad es bien lamentable, porque la salvación de una persona congelada reside precisamente en el ejercicio, que devuelve el calor perdido y calienta la sangre que circula por los músculos. Esta sangre penetra profundamente en el cuerpo y calienta los órganos internos antes de volver a las extremidades. Por eso las manos y los pies son los últimos en calentarse...
Esta incapacidad es bien lamentable, porque la salvación de una persona congelada reside precisamente en el ejercicio, que devuelve el calor perdido y calienta la sangre que circula por los músculos. Esta sangre penetra profundamente en el cuerpo y calienta los órganos internos antes de volver a las extremidades. Por eso las manos y los pies son los últimos en calentarse...
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Todo esto podría inducirnos a creer que el hombre no quiere ni puede vivir en climas fríos; pero, como todos sabemos, muchos lo hacen. Y no sólo en las septentrionales tierras de los esquimales y lapones. Los aborígenes de Australia duermen desnudos a temperaturas nocturnas que se acercan a la de congelación, y los indios de la Tierra de Fuego, tan incómodamente cerca del Polo Sur, no llevaban ropa que les protegiera de la cellisca ni del agua helada antes de que llegara allí la civilización...
Todo esto podría inducirnos a creer que el hombre no quiere ni puede vivir en climas fríos; pero, como todos sabemos, muchos lo hacen. Y no sólo en las septentrionales tierras de los esquimales y lapones. Los aborígenes de Australia duermen desnudos a temperaturas nocturnas que se acercan a la de congelación, y los indios de la Tierra de Fuego, tan incómodamente cerca del Polo Sur, no llevaban ropa que les protegiera de la cellisca ni del agua helada antes de que llegara allí la civilización...