...
La pobre rosa vio con un estremecimiento de horror cómo el sapo apoyaba sus pegajosas patas contra el tronco del rosal. Pero al sapo le resultaba muy difícil encaramarse, pues su pegajoso cuerpo sólo podía avanzar por terrenos lisos, arrastrarse y dar unos pequeños saltos. A cada esfuerzo que hacía levantaba la mirada hacia donde se balanceaba la flor, y la rosa murmuraba aterrada:
- ¡Dios mío! -suplicó-. ¡Concédeme otra clase de muerte!
Y el sapo subía cada vez más. Pero allí donde terminaban las viejas ramas y empezaban las ramas nuevas, más endebles, tropezó con nuevas dificultades. Unas púas muy afiladas salían a su paso. El sapo arrastraba el vientre y las patas, y estaba lleno de sangre. ¡Qué odio le brillaba en los ojos al mirar a la rosa!
- ¡He dicho que te tragaría!- repitió...
La pobre rosa vio con un estremecimiento de horror cómo el sapo apoyaba sus pegajosas patas contra el tronco del rosal. Pero al sapo le resultaba muy difícil encaramarse, pues su pegajoso cuerpo sólo podía avanzar por terrenos lisos, arrastrarse y dar unos pequeños saltos. A cada esfuerzo que hacía levantaba la mirada hacia donde se balanceaba la flor, y la rosa murmuraba aterrada:
- ¡Dios mío! -suplicó-. ¡Concédeme otra clase de muerte!
Y el sapo subía cada vez más. Pero allí donde terminaban las viejas ramas y empezaban las ramas nuevas, más endebles, tropezó con nuevas dificultades. Unas púas muy afiladas salían a su paso. El sapo arrastraba el vientre y las patas, y estaba lleno de sangre. ¡Qué odio le brillaba en los ojos al mirar a la rosa!
- ¡He dicho que te tragaría!- repitió...