RECITAL DE MARINA OROZA.
Es curiosa la manera a veces de coincidir con personas que te abren los sentidos sin esperarlo. Así me ocurrió hace años con Marina Oroza, actriz, poetisa e investigadora de las posibilidades de la palabra oral.
Pertenecía yo por aquel entonces a la Asociación Cultural Nosomoscómodos, con destacados jóvenes poetas en ella, como Luis Luna o Francisco Cenamor. Participamos en el Día Internacional de la Poesía, hace ya bastantes años, en la Universidad de Alcalá de Henares.
Mi papel habría de ser colaborar con unas pequeñas escenas de teatro que dirigía en una obrita en el Teatro de las Aguas, con Raquel Goré y Mariate Alonso, dos estupendas y jóvenes actrices.
Tras actuar, y esperando que se produjera la siguiente actividad, coincidí en el pasillo con una joven mujer a quien yo no conocía. Saltaba a la vista que era muy tímida. Mientras aguardaba su turno, intentó entablar conversación para matar el tiempo y ser agradable. Si ella era tímida, yo lo era más, así que la conversación no fructificó. Se fue poco después. Alguien vino y me dijo: "no te pierdas la actuación de Marina Orozo. Es fantástica". "Ah, ¿y dónde es?". "Aquí mismo". Cuando entré y comenzó el recital, me quedé de piedra: en aquella clase de la antigua Universidad, la mujer tímida que yo no había conocido se había convertido en un animal escénico y desplegaba toda una serie de poemas y propuestas bucales y sonoras que me impactaron. Acompañada de un magnetófono, sobriamente vestida, exploró los rincones de la palabra hablada y de la poesía.
Maldita timidez; de cuántas cosas me ha privado siempre.
En recuerdo de aquella vuelta mía a la poesía, propiciada por una creadora extraordinaria, escribí poco después el texto que sigue.
RECITAL DE MARINA OROZA
Escuché la transparencia de la muerte en su voz.
Y la vida en mayúsculas en el nácar de su poesía enamorada.
Las hachas de la madrugada a media tarde.
Y el agua y su enigma en cada hilo de los cimientos de espejo.
Una habitación pequeña y oscura.
Un aula.
Entre el suelo y el desvelo de los fanatsmas.
Allí estaba, poetisa de sí misma deshabitada.
Ante una quincena de sonámbulos de la tarde,
extranjera de sí misma
a punto de encontrarse.
Fue desgranando, una a una,
las memorias de la ausencia y el silencio.
Con sonidos de estaño sobre el umbral de los sentidos,
que asomaron por los balcones del deshielo.
En esos balcones interiores
fue clavando la porcelona de sus gestos
en la mirada vertical de un público eterno.
Ya lo he dicho. Es poetisa. Se llama Marina Oroza,
y desde que la escuché,
volví a la poesía como una hija arrepentida.
Es curiosa la manera a veces de coincidir con personas que te abren los sentidos sin esperarlo. Así me ocurrió hace años con Marina Oroza, actriz, poetisa e investigadora de las posibilidades de la palabra oral.
Pertenecía yo por aquel entonces a la Asociación Cultural Nosomoscómodos, con destacados jóvenes poetas en ella, como Luis Luna o Francisco Cenamor. Participamos en el Día Internacional de la Poesía, hace ya bastantes años, en la Universidad de Alcalá de Henares.
Mi papel habría de ser colaborar con unas pequeñas escenas de teatro que dirigía en una obrita en el Teatro de las Aguas, con Raquel Goré y Mariate Alonso, dos estupendas y jóvenes actrices.
Tras actuar, y esperando que se produjera la siguiente actividad, coincidí en el pasillo con una joven mujer a quien yo no conocía. Saltaba a la vista que era muy tímida. Mientras aguardaba su turno, intentó entablar conversación para matar el tiempo y ser agradable. Si ella era tímida, yo lo era más, así que la conversación no fructificó. Se fue poco después. Alguien vino y me dijo: "no te pierdas la actuación de Marina Orozo. Es fantástica". "Ah, ¿y dónde es?". "Aquí mismo". Cuando entré y comenzó el recital, me quedé de piedra: en aquella clase de la antigua Universidad, la mujer tímida que yo no había conocido se había convertido en un animal escénico y desplegaba toda una serie de poemas y propuestas bucales y sonoras que me impactaron. Acompañada de un magnetófono, sobriamente vestida, exploró los rincones de la palabra hablada y de la poesía.
Maldita timidez; de cuántas cosas me ha privado siempre.
En recuerdo de aquella vuelta mía a la poesía, propiciada por una creadora extraordinaria, escribí poco después el texto que sigue.
RECITAL DE MARINA OROZA
Escuché la transparencia de la muerte en su voz.
Y la vida en mayúsculas en el nácar de su poesía enamorada.
Las hachas de la madrugada a media tarde.
Y el agua y su enigma en cada hilo de los cimientos de espejo.
Una habitación pequeña y oscura.
Un aula.
Entre el suelo y el desvelo de los fanatsmas.
Allí estaba, poetisa de sí misma deshabitada.
Ante una quincena de sonámbulos de la tarde,
extranjera de sí misma
a punto de encontrarse.
Fue desgranando, una a una,
las memorias de la ausencia y el silencio.
Con sonidos de estaño sobre el umbral de los sentidos,
que asomaron por los balcones del deshielo.
En esos balcones interiores
fue clavando la porcelona de sus gestos
en la mirada vertical de un público eterno.
Ya lo he dicho. Es poetisa. Se llama Marina Oroza,
y desde que la escuché,
volví a la poesía como una hija arrepentida.