MURMULLOS DEL BOSQUE lo escribió Korolenco, otro de los maestros rusos y comienza de la siguiente manera:
"En los nidos de antaño
no hay pájaros hogaño.
El bosque susurraba...
Había siempre en él un murmullo acompasado, largo como el eco de una campana remota, sereno como una tonada apacible o como un impreciso recuerdo del pasado. Susurraba siempre porque era un bosque viejo y agreste, al que no había llegado aún la sierra ni el hacha del leñador. Altos pinos centenarios de poderosos troncos rojizos se erguían como un ejército en formación, uniéndose estrechamente por las verdes cimas...
"En los nidos de antaño
no hay pájaros hogaño.
El bosque susurraba...
Había siempre en él un murmullo acompasado, largo como el eco de una campana remota, sereno como una tonada apacible o como un impreciso recuerdo del pasado. Susurraba siempre porque era un bosque viejo y agreste, al que no había llegado aún la sierra ni el hacha del leñador. Altos pinos centenarios de poderosos troncos rojizos se erguían como un ejército en formación, uniéndose estrechamente por las verdes cimas...
...
Abajo imperaba el silencio y olía a resina. A través de la capa de agujas de pino que cubría la tierra se abrían paso exuberantes helechos, que lucían sus caprichosos flecos manteniéndose inmóviles, sin mover una hoja. En los lugares húmedos alzaban las hierbas sus largos tallos. El trébol blanco inclinaba la pesada cabeza con una dulce languidez. Y arriba se oía, sin descanso ni fin, el susurro del bosque al modo de un suspiro apagado...
Abajo imperaba el silencio y olía a resina. A través de la capa de agujas de pino que cubría la tierra se abrían paso exuberantes helechos, que lucían sus caprichosos flecos manteniéndose inmóviles, sin mover una hoja. En los lugares húmedos alzaban las hierbas sus largos tallos. El trébol blanco inclinaba la pesada cabeza con una dulce languidez. Y arriba se oía, sin descanso ni fin, el susurro del bosque al modo de un suspiro apagado...