Muchos estudiosos se han dado cuenta de que el juego de la oca no es sólo un juego de niños, sino el último vestigio que nos ha llegado del “juego ancestral” que representa el camino de la vida de forma simbólica o ritual, siguiendo una espiral laberíntica (pues las fichas trazan sus propios caminos en ella, retrocediendo y avanzando, recomenzando). Esta espiral ya se trazaba en las cuevas prehistóricas, se seguía en las danzas tradicionales, y en cierto momento se miniaturizó dibujándola sobre un tablero, sobre muchos tableros que dieron lugar a todos los juegos conocidos.