EL DÍA EN QUE SE ACABA LA CANCIÓN.
Cuando el sentido, ese anciano que te hablaba
en horas de soledad, se muere
entonces
miras a la mujer amada como a un viejo,
y lloras
Y queda
huérfano el poema, sin padre ni madre,
y lo odias
aborreces al hijo colgando
como un aborto entre las piernas, balnaceándose allí
como hilo que cuelga o telaraña,
cuando el sentido muere
como un niño
castrado por un ciego,
al amparo de la noche feroz, de la noche:
como a voz de un niño perdido aullando en
el viento
el día en que se acaba la canción, dejando
sólo un poco de tabaco en la mano,
y la ciudad ahora, las
ciudades convertidas en vastas plantaciones de tabaco,
y la mano
asombrada toca la boca sin labios
el día en que se acaba la canción, y se pierde
el hombre que a sí mismo le daba el nombre de alguien,
al dar la vuelta a una esquina, un atardecer sin música.
El día en que se acaba la canción el dolor mismo
es sólo un poco de tabaco en la mano,
y las palabras
son todas de antaño, y de otro país, y caen
de la boca sin dientes como un líquido
parecido a la bilis,
el día
en que se muere el sentido, ese
asesino que al crepúsculo hablaba y al
insomnio susurraba palabras y cosas,
el día
en que se acaba la canción miras
a la mujer amada como a un viejo, y
con la cabeza entre las piernas,
frente al mundo alborotado, lloras.
(Leopoldo María Panero)
Cuando el sentido, ese anciano que te hablaba
en horas de soledad, se muere
entonces
miras a la mujer amada como a un viejo,
y lloras
Y queda
huérfano el poema, sin padre ni madre,
y lo odias
aborreces al hijo colgando
como un aborto entre las piernas, balnaceándose allí
como hilo que cuelga o telaraña,
cuando el sentido muere
como un niño
castrado por un ciego,
al amparo de la noche feroz, de la noche:
como a voz de un niño perdido aullando en
el viento
el día en que se acaba la canción, dejando
sólo un poco de tabaco en la mano,
y la ciudad ahora, las
ciudades convertidas en vastas plantaciones de tabaco,
y la mano
asombrada toca la boca sin labios
el día en que se acaba la canción, y se pierde
el hombre que a sí mismo le daba el nombre de alguien,
al dar la vuelta a una esquina, un atardecer sin música.
El día en que se acaba la canción el dolor mismo
es sólo un poco de tabaco en la mano,
y las palabras
son todas de antaño, y de otro país, y caen
de la boca sin dientes como un líquido
parecido a la bilis,
el día
en que se muere el sentido, ese
asesino que al crepúsculo hablaba y al
insomnio susurraba palabras y cosas,
el día
en que se acaba la canción miras
a la mujer amada como a un viejo, y
con la cabeza entre las piernas,
frente al mundo alborotado, lloras.
(Leopoldo María Panero)