De momento continúo con la lectura de los Maestros Rusos y hoy le ha tocado darse a conocer, si es que no lo conocéis ya, a V. M. Garshin con un pequeño fragmento de "Una Noche" que copio y escribo a continuación:
"... a no ser que deis media vuelta y seáis como niños..."
Ahora había creído comprenderlo todo.
¿Sé lo que significan estas palabras?... Dar media vuelta y convertirnos de nuevo en niños... Es decir, no querer estar siempre en primer término. Extirpar de nuestro corazón este pequeño y horrible ídolo, ese aborto barrigudo, este repugnante YO que chupa como una sanguijuela nuestra alma y exige continuamente que lo alimentemos. Lo has consumido todo. Todas mis fuerzas, todo mi tiempo estuvo dedicado única y exclusivamente a saciar tu hambre. Tan pronto te temía como me inclinaba respetuoso ante ti, sacrificándote todo lo que caía en mis manos, todo lo que poseía. ¡Así ha sido mi vida!...
"... a no ser que deis media vuelta y seáis como niños..."
Ahora había creído comprenderlo todo.
¿Sé lo que significan estas palabras?... Dar media vuelta y convertirnos de nuevo en niños... Es decir, no querer estar siempre en primer término. Extirpar de nuestro corazón este pequeño y horrible ídolo, ese aborto barrigudo, este repugnante YO que chupa como una sanguijuela nuestra alma y exige continuamente que lo alimentemos. Lo has consumido todo. Todas mis fuerzas, todo mi tiempo estuvo dedicado única y exclusivamente a saciar tu hambre. Tan pronto te temía como me inclinaba respetuoso ante ti, sacrificándote todo lo que caía en mis manos, todo lo que poseía. ¡Así ha sido mi vida!...
...
Repitió estas palabras mientras continuaba paseando por la habitación, pero su andar era pesado, se tambaleaba como si estuviese bebido; tenía la cabeza caída sobre el pecho y no se secaba las lágrimas que le tililaban sobre las pestañas. Las piernas se le doblegaban, se sentó en el diván, apoyó la cabeza en el respaldo y lloró. Pero sin sentir que sufriese.
Repitió estas palabras mientras continuaba paseando por la habitación, pero su andar era pesado, se tambaleaba como si estuviese bebido; tenía la cabeza caída sobre el pecho y no se secaba las lágrimas que le tililaban sobre las pestañas. Las piernas se le doblegaban, se sentó en el diván, apoyó la cabeza en el respaldo y lloró. Pero sin sentir que sufriese.