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Con gran sigilo, y antes de dar un paso más hacia la cocinilla, que a juzgar por la hora, era donde debía encontrarse su Heriberta del alma peleándose con el potaje de judías pintas, se sentó en un posete y se dispuso a quitarse las botas de caza que se había puesto antes de salir de su casa aquella mañana para ir a buscar la higuera que tan encarecidamente le había encargado, sin más explicaciones, "su cordera", y que aunque recorrió todo el término, no supo dar con ella.
-Quién anda ahí -oyó preguntar sin titubeo alguno.
-Soy yo mujer, ¿pero es que no me conoces?.
La mujer salió de la cocinilla y llegó hasta el porche, no sin antes haber tenido que sortear, como pudo, y para no encenagarse, los muchos charcos de agua que tras el turbión habían quedado en el patio.
Aunque vio a Paquillo remojado como un garbando, no se le ocurrió preguntarle cómo estaba, y el por qué de su tardanza, así que sin encomendarse a Dios ni al diablo, comenzó a reprocharle con palabras malsonantes y grandes gritos las horas de venir que tenía, y el colmo de la escandalera que formó fue cuando preguntó por la higuera, y Paquillo le dijo que no había conseguido dar con ella; entonces, fueron tantos los gritos que daba la Heriberta, que se oyeron hasta en La Plaza y más abajo todavía...
Con gran sigilo, y antes de dar un paso más hacia la cocinilla, que a juzgar por la hora, era donde debía encontrarse su Heriberta del alma peleándose con el potaje de judías pintas, se sentó en un posete y se dispuso a quitarse las botas de caza que se había puesto antes de salir de su casa aquella mañana para ir a buscar la higuera que tan encarecidamente le había encargado, sin más explicaciones, "su cordera", y que aunque recorrió todo el término, no supo dar con ella.
-Quién anda ahí -oyó preguntar sin titubeo alguno.
-Soy yo mujer, ¿pero es que no me conoces?.
La mujer salió de la cocinilla y llegó hasta el porche, no sin antes haber tenido que sortear, como pudo, y para no encenagarse, los muchos charcos de agua que tras el turbión habían quedado en el patio.
Aunque vio a Paquillo remojado como un garbando, no se le ocurrió preguntarle cómo estaba, y el por qué de su tardanza, así que sin encomendarse a Dios ni al diablo, comenzó a reprocharle con palabras malsonantes y grandes gritos las horas de venir que tenía, y el colmo de la escandalera que formó fue cuando preguntó por la higuera, y Paquillo le dijo que no había conseguido dar con ella; entonces, fueron tantos los gritos que daba la Heriberta, que se oyeron hasta en La Plaza y más abajo todavía...